El Che y la batalla de la imaginación

“El Che fue víctima del éxito engañosamente fácil de la Revolución Cubana. Creyó que el mundo estaba lleno de Batistas. Y fracasó en todo lo demás que emprendió, desoyendo su propia receta guerrillera...”.

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Por Mirna Navarrete

31 October 2017

Es bien conocido el éxito que las ideologías tienen para crear mitos. Entre todos ellos, sin embargo, pocos han tenido el duradero impacto del Che Guevara, cuya sola silueta es hoy más referencial que cualquiera de las imágenes de las grandes figuras históricas de la izquierda, desde Marx hasta el mismo Fidel Castro, pasando por Lenin, Trotski, Stalin, Gramsci o Mao. Y eso es ya decir bastante, tomando en cuenta las dimensiones de tan variado muestrario iconográfico.

Curiosamente, casi ninguna de las medallas que la leyenda ha colgado al cuello del Che resulta merecida. Se ha afirmado que era un “brillante estratega militar”, pero no lo fue. Se ha dicho que “entendía como nadie de economía”, pero ninguna de sus medidas en ese campo fue exitosa. Se ha tratado de vender su gesta como la de un “permanente rebelde angustiado por salvar a la humanidad”, pero su discurso de odio progresivo solo revela el grado de intransigencia al que una persona ideológicamente cegada puede llegar.

Guevara fue la proyección de un sueño que se transformó en pesadilla, pero tuvo la “fortuna” de no estar allí para presenciar los rigores del duro despertar. Su estampa de aventurero mirando al infinito quedó ligada al atractivo del camino, del mero trayecto hacia la utopía prometida, no a la concreción real de los campos de exterminio, los colapsos económicos, las hambrunas masivas y las cárceles repletas de opositores. Él, por supuesto, habría participado con entusiasmo colegial en toda esa carnicería, pues lo demostró cuando tuvo ocasión de dirigir pelotones de fusilamiento o lanzar febriles teorías sobre conducción gubernativa; pero, insisto, murió joven, en pleno vigor de ese idealismo irreflexivo que el socialismo edificó a lo largo y ancho de medio planeta. Y allí quedó su imagen congelada.

Acaban de cumplirse cincuenta años de la ejecución de Guevara en el sudeste boliviano, y, como era previsible, la mitología ha vuelto a poner viento debajo de las alas del desacreditado proyecto socialista latinoamericano. No todo, empero, se ha visto reducido a eslóganes antiimperialistas de Guerra Fría. En la propia Bolivia, cuyas montañas fueron testigos de las últimas correrías del Che, los florilegios fanáticos han empezado a ser sustituidos por visiones más integrales sobre el polémico personaje.

La semana recién pasada fui invitado a la presentación, en La Paz, del volumen colectivo “El Che. Miradas personales”, un encomiable esfuerzo editorial del periódico “Página Siete” que reúne a una veintena de autores bolivianos con el propósito de ofrecer una perspectiva fresca, intergeneracional y desmitificadora sobre Guevara. El resultado es especialmente oportuno, porque como fue expresado por uno de los comentaristas del libro, citando al expresidente Carlos Mesa Gisbert, “el Che no nos importó por lo que fue, ni por lo que no pudo ser, sino por lo que reflejados en su espejo alguna vez quisimos ser”.

Y de esos sueños incumplibles que forman parte del arrojo juvenil, vivido por todos en las lozanías de nuestras biografías particulares, se construyen las leyendas que hipnotizan a generaciones enteras. Es allí donde echa raíces la emocionalidad que convierte en “héroe” a alguien que envió a la tumba a muchos héroes verdaderos. Recordemos que es la magia, no el mago, la que saca conejos de una chistera.

El escritor Robert Brockmann, en su espléndido aporte al volumen citado, coloca esta inscripción decorosa sobre la lápida de Guevara: “El Che fue víctima del éxito engañosamente fácil de la Revolución Cubana. Creyó que el mundo estaba lleno de Batistas. Y fracasó en todo lo demás que emprendió, desoyendo su propia receta guerrillera. Fracasó como guerrillero, como político y como ministro. ¿Se inmoló al final, sabedor de que al menos quedaría su gesta? ¿Vino el Che a Bolivia no a ganar, sino a perder? Quizás sabía que su inmolación invocaría la razón del más débil, donde es el perdedor quien gana. Y al final ganó solamente la batalla de la imaginación”.

*Escritor y columnista de El Diario de Hoy