Cuando sobra la verdad

Libelos y calumnias han existido desde siempre, pero nunca como hoy han contado con plataformas de difusión tan poderosas como la que les proporcionan las redes sociales.

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16 December 2016

Si uno se entera de que el Papa pidió a los católicos que votaran por Trump, que durante la campaña la popularidad de Hillary fue a costa de algunas muertes como la del agente federal que investigaba la donación que la “Clinton Fundation” había otorgado a la oficina federal, y el asesinato del empleado del partido demócrata que iba a declarar contra ella en juicio… comprende mejor por qué sesenta y dos millones de norteamericanos votaron al revés de lo que predecían las encuestas.

Sin embargo, todas son mentiras: ni se pronunció el Papa, ni hubo muertes misteriosas, ni Bill tuvo que ver con una menor de trece años (otra mentira). Falsedades, sí, patrañas que se “viralizaron” durante la campaña, y de las que “nadie” es responsable.

Las redes sociales no cuentan con editores ni censores, ni periodistas, solo con simples algoritmos que premian la interacción entre los cibernautas: cuanto más una “noticia” (sin importar su veracidad, fiabilidad de la fuente, ni confirmación del hecho) es compartida en redes sociales -aunque sea más falsa que Judas-, gana más y más “veracidad”.

También en la guerra de notoriedad librada en las redes sociales la primera víctima resulta ser la verdad, que suele salir mal parada en la batalla de “me gusta”, “retuits” y “seguidores”. Como si cada vez importara menos que una información sea verdadera, y más que sea “viral”: popularidad mata verdad… y todos tan contentos. 

Los que saben están preocupados. Después de la millonaria campaña que una buena parte de los medios hizo a favor de Hillary, se han dado cuenta de que las redes sociales, una vez más, fueron importantes protagonistas. Durante siglos, la distribución de la información estuvo en manos de quienes la creaban, sesgaban o silenciaban… ya no más, esto ha cambiado. Frente a la prensa impresa y las emisoras de radio y televisión, se ha alzado la Internet. 

Nunca como hoy los grandes medios de comunicación, llenos de cuidadosos periodistas empeñados en comprobar la veracidad de las noticias, han tenido que navegar en unas condiciones tan desfavorables. La más importante tal vez, que a la gente le venga sobrando la verdad de lo que se comunica. A los periodistas les toca competir con impostores que disfrazan la mentira de verdad, que inventan historias, que publican sin riesgo de demandas legales ni pérdida de audiencia en caso se llegara a saber que lo que dicen sobre algo escandaloso es, simplemente, falso. 

Libelos y calumnias han existido desde siempre, pero nunca como hoy han contado con plataformas de difusión tan poderosas como la que les proporcionan las redes sociales. Aunque, para ser justo, también hay que decir que la verdad nunca ha tenido tanta oportunidad de ser publicada y conocida como en este mundo hipercomunicado en que navegamos. Pero, si trigo y cizaña se mezclan… es el trigo quien sale perdiendo. 

Cuando en las redes sociales se logra compartir una mentira cientos de miles de veces, se crea una gran ficción. Más aún, los algoritmos de la red social escogen a quién filtrar determinadas noticias y a quién no, aumentando la sensación de verdad sobre puras y simples patrañas, y creando guetos más o menos elitistas. 

Por eso, el diccionario Oxford recientemente ha reconocido como palabra válida el término “post verdad”, que define: “circunstancias en las que los hechos objetivos son menos decisivos que las emociones o las opiniones personales, a la hora de crear opinión pública”… 

Con premisas como esta, la realidad, la verdad, tiene escaso protagonismo en cualquier diálogo. Lo verdadero es perfectamente equiparable con su opuesto, y valores como la honestidad pierden absolutamente sentido. Así que, con esto de la post verdad, honradamente, perdemos todos. 

*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare