Las impactantes y ascendentes cifras de la migración irregular de niños y adolescentes indocumentados me recuerda, salvando la distancia, a la fábula del Flautista de Hamelín. Atraídos por la melodía de un futuro mejor y de oportunidades, nuestros jóvenes ciudadanos son llevados fuera de nuestras fronteras. Mientras nosotros, los adultos, contemplamos ese vergonzoso y doloroso éxodo, impotentes.
La población de salvadoreños en Estados Unidos casi se ha cuadruplicado en dos décadas, al incrementarse de 560 mil en 1990, a cerca de 2 millones en 2013, según un análisis realizado por el Pew Research Center. La mayoría de nuestros jóvenes emigra para reunificarse con sus familias, para buscar mejores oportunidades de vida o empujados por la inseguridad. Un porcentaje importante lo logra, pero esto acarrea consigo impactos negativos: la desintegración familiar y la erosión del tejido social, que afectan a la sociedad salvadoreña en su conjunto.
El fenómeno de las migraciones es de larga data y reviste distintos destinos, según un estudio del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (2005). La migración parte de una decisión individual y familiar, pero en El Salvador esto implica la desintegración de núcleos sociales, debido a la migración irregular de adultos jóvenes, a la que en los últimos años se le ha sumado un número, cada vez mayor y muy alarmante, de niños y adolescentes indocumentados. En los últimos siete años este número incrementó en más de mil 400 por ciento según un estudio de la Asociación de Jóvenes de El Salvador, con más de 17 mil niños y adolescentes que llegaron a territorio estadounidense, solo en este año.
Así como es de complejo el ser humano, así son sus relaciones. En el caso de nuestro país, la marcada violencia social le añade un mayor grado de complejidad al fenómeno de la migración. El Informe Niños en Fuga de ACNUR, que analiza el impacto humanitario de los niños migrantes no acompañados, cita a una adolescente salvadoreña de 14 años que habla de su experiencia y su decisión de irse del país: “Hay problemas en mi país. El mayor problema son las pandillas. Entran en la escuela y sacan a las chicas y las matan…”. Al migrar, estos niños y adolescentes salen de una situación de violencia e inseguridad para entrar a otra, arriesgando su integridad personal y hasta su propia vida.
Unos logran pasar la frontera y otros son deportados, como los ocho mil de este año. Cada uno de ellos viven experiencias aterradoras que les marcará su vida entera.
Los niños y adolescentes representan un tercio de la población. Si dirigimos una mayor inversión a este segmento, en programas de alta calidad, el efecto multiplicador tendría un impacto positivo en el desarrollo futuro del país. Además, un objetivo primordial tiene que ser asegurarles un mejor comienzo de vida y mayores oportunidades (educación y salud), contribuyendo así a romper el círculo de la pobreza y la desigualdad.
Esto nos obliga a tener una mirada diferente hacia la migración: más humana, más ética y más crítica. Al final, todos somos migrantes de ayer, de hoy y tal vez de mañana. El fenómeno de la migración no se reduce a una fría discusión de cifras económicas sobre la pérdida de productividad del país, o sobre el alto porcentaje de remesas con respecto al producto interno bruto, o sobre la disminución de la pobreza y la desigualdad. La migración representa la cara deshumanizada de una sociedad desgarrada en lo más profundo de su esencia. No bastó con una guerra que destruyera nuestro tejido social, sino que después de 25 años hemos fallado como líderes y como responsables de la conducción del Estado, al dejar de lado el recurso más preciado para su reconstrucción: a sus ciudadanos.
¿Cómo es posible que exista más emigración ahora que hace 25 años? ¿Cómo es posible que durante tiempos de paz nuestros niños y adolescentes busquen escapar, más ahora que en época de guerra? Son preguntas que la realidad nos interpela a la cara. Y somos nosotros mismos los que debemos encontrar las respuestas, ya en peligro de olvidar la humanidad misma de los que se marchan y de los que se quedan.
*Columnista de El Diario de Hoy.
@cavalosb