Soledad, singular sentimiento que puede experimentarse en cualquier época del año; como lo ilustra el cantante cubano, Rolando Laserie: “¡Hola soledad, casi siempre estás conmigo, te saluda un viejo amigo…!”. Sin embargo tal parece que la soledad se agudiza en la temporada de Navidad y Año Nuevo, fechas de intensa alegría para muchos, pero de profunda melancolía para otros.
¿Qué es la soledad? Definir este concepto es tan difícil como tratar de meter en un párrafo de tres líneas los inmensos contenidos que hallamos en amor, mal, justicia y otras inquietas palabras colibrí que no se dejan enjaular.
Resulta más fácil describir los efectos que la soledad produce, ya sea adoptada o porque ha sido impuesta, por lo que es lícito conjeturar a base de indicios y percepciones.
La soledad voluntaria es aquella que escoge el individuo al apartarse del mundo. El ejemplo extremo es el de los estilitas (estilo o columna), también conocidos como “ermitaños de columna”. Uno de los más famosos fue el estilita, Simeón, monje de la Antigua Iglesia de Oriente, quien permaneció cerca de 40 años sobre una plataforma colocada en lo alto de una columna, en Alepo, Siria, ahora teatro de guerra. Tenía seguidores que le consideraban santo y le asistían con provisiones y removían sus desechos.
Hoy tenemos entre nosotros a modernos solitarios voluntarios que se niegan a recibir visitas o a hacer vida social, que pasan su tiempo dedicados a leer, a oír música, a cuidar de sus jardines y a monologar con sus mascotas. También están los que gastan sus horas viendo televisión o divertidos con videojuegos.
La otra soledad es la inducida desde el exterior, la que sufren aquí muchos enfermos, ancianos, presos, a quienes nadie ni siquiera sus parientes, visitan. No obstante hay autores que sostienen que la soledad no es solo la ausencia de otras personas, sino también la que se produce en medio de multitudes. Este efecto es frecuente en personas con niveles de inteligencia, sensibilidad y formación cultural más altos que los de aquellos que gravitan en sus alrededores, por lo que no encuentran pares para compartir sus inquietudes, preferencias, proyectos.
Se sienten extranjeros entre conversadores banales, entre espíritus chatos, que reducen sus mundos a meras experiencias sensoriales, con preeminencia de vientres y genitales.
Pregunté a un amigo septuagenario: ¿Cómo dices que estás solo si tienes a tu familia y a tus amigos siempre contigo? “Oye, de pronto dejo de verles y escucharles, y nada me importa más que mirar mi sopa china, deshidratada, a medida que el agua caliente va hinchando los fideos, las verduras y los otros ingredientes, no creo que nadie comparta mi interés; entonces me doy cuenta de que estoy solo”.
Hay, asimismo, un nuevo tipo de soledad generada, paradójicamente, por la tecnología que propicia la comunicación interpersonal. Es la soledad virtual, la de quienes cada día abren sus correos electrónicos, sus FB, sus tuits en la computadora, en sus “smartphones” o en sus tabletas, sin hallar en ellos el ansiado “e-mail”, el “post”, el Instagram que esperan de sus hijos, familiares o de sus parejas. También está la brutal soledad que experimentan, en particular jóvenes con quienes he conversado, que han sido objeto del llamado, “ghosting”, aquellos que, sin anuncio ni explicación, fueron expulsados, por razón válida o no, del acceso a los sitios privados de quienes consideraban sus más cercanos ciberamigos: es frecuente en las redes sociales. El “ghosting” ---dicen mis informantes---, cuando es practicado por un grupo contra un solo individuo, se convierte en un ciberlinchamiento y, en ciberhomicidio, cuando el acto de repudio se produce entre un sujeto y otro. Comprendo que, en efecto, es una muerte virtual, tan cruel y proclive a la soledad, como la que socialmente acarrea el virulento brote de acné en una adolescente.
Por algún motivo las soledades conocidas parecen adquirir mayor turbulencia emocional durante las celebraciones de final de año en las que millones de personas intercambian expresiones de amistad, de afecto, de amor, de cercanía espiritual y física. Las fiestas, los abrazos, los mejores deseos, punzan el corazón de quienes tienen silenciosas familias lejanas o carecen de amigos o de algún tipo de compañía.
Como sugerencia de temporada, sugiero a mis lectores mandar un mensaje por las redes sociales a las personas que consideren solitarias, a las que han olvidado o rechazado: esos mensajes les dirán a ellos que aún importan, aunque sea solo de manera virtual. Algo es algo.
¡Felices Navidad y Año Nuevo, amigos!
*Periodista
rolmonte@yahoo.com