Santiago de Compostela, El Camino

Aprendimos algo muy cierto: aprendemos a caminar, caminado. Nuestro peregrinar no termino ahí, empezó el día que llegamos a la Catedral de Santiago de Compostela, patrimonio de la humanidad.

descripción de la imagen

Por Mirna Navarrete

24 October 2017

Peregrinar a Santiago de Compostela lo veíamos tan lejos , pero de repente corrió el tiempo y llegamos a un pueblecito llamado Ronsesvalles, en donde empezaría nuestro Camino. Al final logramos ir en un grupo de amigos, todas las edades y de uno y otro sexo, amigos que luego nos convertiríamos sin saberlo en amigos fraternos y muy queridos entre nosotros. Aquellos caminos, unos largos y eternos, otros llenos de naturaleza, otros de arte, algunos recordándonos a la historia de Cervantes, “Don Quijote y Sancho Panza”, otros muy duros para los que sufríamos de los pies o de la espalda, y otros llenos de alegrías y momentos mágicos de tendernos la mano y ayudarnos a seguir adelante. Qué tiempo aquel, lo recuerdo con mucha nostalgia y con gran alegría.

Nos preparamos. Un par de meses antes, empezamos largas caminatas en nuestro querido El Salvador, por el volcán, por los parques, por aceras, siempre libres, sin miedos ni nada que nos detenga. Al fin llegó el día, en septiembre del año pasado. Salimos el primer día todos listos con nuestras mochilas. Habíamos recibido la noche anterior la bendición y el pasaporte del Peregrino. ¡Qué ilusión más grande!

A la expectativa de todo, salimos de Rosenvalles camino a Bizkarreta. Caminamos durante 3 ó 4 horas aproximadamente. Esa noche, todos agotados, decidimos ir a acostarnos después de cena para descansar; al día siguiente nos tocaba madrugar y otras tantas horas más caminando. Así sucedió durante siete días. Cada día una aventura, un nuevo despertar con una nueva meta a donde llegar. Pasamos 8 días juntos. Siempre el grupo salía a la misma hora, pero cada persona tenía una manera y un tiempo de arribar al siguiente destino. Qué maravilloso poder reunirnos por las noches a cenar... hablábamos de todo, nuestras vivencias y experiencias, contábamos anécdotas, relatábamos historias pasadas de nuestra vida, reíamos y a veces historias nos hacían llorar. Nos desenmascaramos. Nos conocimos de pies a cabeza todos y cada uno, con nuestras alegrías y nuestras miserias. Hermosos paisajes que nos quitaban el habla, pequeños almuerzos bajo árboles o sentados en un pastizal, a donde nos tocara poder alimentarnos un poco para seguir adelante caminando.

Qué hermoso era cada día sentir que se acercaba nuestro destino final, Santiago de Compostela, al noroeste de la Península Ibérica, una hermosa ciudad cuya Catedral, en la cual se haya la tumba del Apóstol Santiago, es parte de su todo.

Varios días de caminatas, teníamos que lograr cumplir mínimo 100 kilómetros para lograr nuestro título de Peregrino. Qué bonitas noches, ya menos cansados que al principio, agarrando el ritmo, compartiendo, disfrutando.

Día séptimo: llegamos a Santiago a las cinco de la tarde; unos, directo a la Catedral; otros, a lavarse un poco y a alistarse; otros, a descansar.

Gran emoción de todos llegar y esperar la misa con cientos de peregrinos que van llegando por diferentes rutas. Ver la maravilla del botafumeiro, descubrir esa Catedral medieval símbolo de nuestras creencias e ideología religiosa. Encontrar la tumba del Apóstol, un escogido por Jesucristo. Testimonios, alegría, emociones, llanto, una explosión de sentimientos. ¡Momentos maravillosos!

¿Qué nos dejó este peregrinar? Pienso que a todos, diferentes experiencias, innumerables vivencias y muchas amistades verdaderas e inolvidables. ¿Conversión? Cada uno guardará este misterio en su propio corazón.

Después de todo este tiempo de haber regresado, ahora pienso qué dicha la de poder ser peregrino y haber tomado esa decisión en un momento perfecto. Aún nos falta mucho por caminar, pero aprendimos algo muy cierto: aprendemos a caminar, caminado. Nuestro peregrinar no terminó ahí, empezó el día que llegamos a la Catedral de Santiago de Compostela, patrimonio de la humanidad, donde aquella imponente Catedral es el eje y la clave de la historia compostelana.

“Quien no se hace cargo responsablemente de su existencia y no enfrenta la tarea de construir su destino, abdica de lo más propio de su ser, se reduce a la condición de planta o de animal irracional: se animaliza, se despersonaliza, se deshumaniza”.

¡Buen camino!

*Colaboradora de El Diario de Hoy.