Dolor de hijo

Mientras en otras latitudes luego de su ejercicio pasan a ser consejeros para altos asuntos del Estado, presidentes y altos funcionarios de mi patria terminan en la cárcel.

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04 November 2016

El morbo es un sentimiento que anima muchas de las acciones más repudiables de los seres humanos. Pero también muchas de las más interesantes. Nuestro apreciado y consultado amigo, luego de informarnos que proviene del latín y que, en primer término, morbo alude a enfermedad; nos dice a continuación que es el interés malsano por personas o cosas; y la atracción hacia acontecimientos desagradables. En línea, otro diccionario ingresa una acepción del sentido coloquial: “atractivo que despierta una cosa que puede resultar desagradable, cruel, prohibida o que va contra la moral establecida”. 

Siendo un sentimiento, así como el amor, es seguro que anida en todos nosotros seres humanos. Pero así como no todos somos amorosos, tampoco todos somos morbosos. Diremos que alguien es morboso si, consistente y recurrentemente, escoge ver, oler y buscar el morbo en las situaciones que, lamentablemente, ocurren en la vida social. 

Algunas ocupaciones son más propensas al morbo, lo que tampoco significa que todos quienes la practican sean necesariamente morbosos. El periodismo, por ejemplo, es una ocupación que está en contacto frecuente con situaciones desagradables, crueles, prohibidas o que van contra la moral establecida. Pero es el acercamiento del reportero o del editor el que determinará finalmente la cantidad de morbo que despierte una noticia. Hay periódicos, los llamados “amarillistas”, que fundan su quehacer, en “el morbo de la gente” como se dice comúnmente. En “Cinco esquinas”, la última y menos lograda de sus novelas, Mario Vargas Llosa, premio nobel de literatura, crea personajes en un ficticio periodicucho que sirve de ejemplo perfecto para ilustrar lo que digo (imagino que basado en la realidad de algunos que aparecieron en la Lima de finales del siglo pasado). 

En nuestro país, un reconocido y desafiante crítico de arte definía hace poco la palabra “baranda” haciendo uso de una deliciosa ilustración que perseguía no otra cosa que provocar el morbo de sus lectores en las redes sociales. Lo que consiguió bien, efectivamente, por lo que se ganó un par de comentarios indignados.

Publicistas y vendedores, mercadólogos y políticos, escultores y fotógrafos, coreógrafos, cantantes y bailarinas, amas de casa y presentadoras de televisión, médicos y psicólogos, hasta los sacerdotes enfrentan situaciones pasibles de generar morbo. No por ello los calificaremos de morbosos, aunque concedamos que lo sean algunos de ellos (y ellas, hay que enfatizarlo así que en esto no nos diferenciamos un ápice). Entonces, hemos de concluir que como con la belleza, el morbo está en los ojos de quien lo percibe.

Que El Salvador es mórbido, que está siendo mórbido desde hace décadas, creo que ya nos quedan pocas dudas. Pero estos últimos días me he tenido que preguntar si vivimos en una patria morbosa. No he podido evitarlo. Todo el mundo comenta las recientes capturas de la Fiscalía General de la República y las que aseguran que tendrán que venir. Y se detienen en las circunstancias de uno y de otro arresto, en si el momento era adecuado o no, en si el asilo es procedente o no, en si el Fiscal los tiene o no. Y por aquel canto sempiterno “…de hijos suyos podernos llamar…” siento un grande e inevitable dolor de hijo. “Pero es necesario que se haga si quieren que el país avance” me dijo recientemente un mesurado extranjero, de los muchos bienintencionados que han llegado a nuestro país a brindar su ayuda. Y lo entiendo.
Debe hacerse. Está bien, lo concedo y lo apoyo. Pero me duele, ¡qué quieren que haga! No me resulta grata la idea que, mientras en otras latitudes luego de su ejercicio pasan a ser consejeros para altos asuntos del Estado, presidentes y altos funcionarios de mi patria terminen en la cárcel por acusaciones de lo que hicieron mientras ejercían la función pública. “Saludemos la patria…”. 

Quizá por mi profesión, ante el morbo de los comentarios, no puedo menos que pensar en los hijos y en los familiares de quienes son detenidos y consecuentemente exhibidos. Imagino de inmediato las consecuencias psicológicas, íntimas y sociales, que para ellos tendrán las acciones de sus padres. Ostracismo es la palabra que pienso. Y rezo para que ellos sepan sacar buenas enseñanzas de los malos ratos y no nos toque sufrirlos como sociedad después. Pocos perpetradores piensan en sus hijos cuando están ideando o cometiendo el delito. Y suelen ser, como en los divorcios, los más afectados sin tener vela en el entierro.

Hasta que un imprudente nieto, mayor de edad, es decir, responsable de sus actos; totalmente desconocido, todavía anónimo pero hoy famoso por las circunstancias, le da vuelta a la tortilla y nos hace reflexionar en las consecuencias que para su conocido abuelo deberían tener las repudiables e ilegales acciones cometidas por el nieto y quienes lo acompañaban antes, durante y después del accidente. Duele, pero hay que hacerlo.

Qué quiere buen amigo, ¡siento dolor de hijo ante el morbo que percibo por todos lados! En medio del barullo, me callo y escojo oír en mi mente, como mantra que me tranquiliza y señala el sendero “… juremos la vida animosos, sin descanso a su bien consagrar”. 


*Sicólogo y colaborador de El Diario de Hoy.