El dolor más grande

Cuando veo padres que han perdido hijos una sensación de respeto me invade. Para mí son seres especiales a quienes Dios escogió para darles las más duras pruebas.

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04 November 2016

De acuerdo a la Escala de Holmes y Rahe, que mide el grado de estrés y la probabilidad de contraer una enfermedad como consecuencia, la muerte del cónyuge es el evento vital más estresante que se pueda experimentar; es el cien de cien. Algunos no están de acuerdo con esta ponderación y señalan que la muerte de un hijo debería ocupar este lugar. Sin duda ambos eventos ocasionan un grave nivel de estrés. Pero la persona puede volver a casarse y “rehacer su vida”, sin embargo después de perder un hijo las cosas ya no vuelven a ser las mismas.

Este año ha sido particular para mí. He visto y tratado a varias personas que han perdido hijos, por accidentes, por criminalidad y por enfermedades. La cifra es mayor que la de otros años. Es difícil. La tarea de intentar ayudar a los padres es ingrata y desgastante, inevitablemente uno queda afectado. En esto no va aquello de que el psiquiatra debe mantener una actitud neutral y objetiva, no se puede. Uno se identifica con los padres casi inmediatamente, y le toca parte del dolor. Pierde a veces la seguridad y la forma de utilizar lo que ha aprendido. Porque ¿qué se le puede decir a unos padres que ya no verán a su hijo? ¿Cómo aliviar ese sufrimiento, que es el más grande que existe? Hace unos días vi a unos padres que recientemente perdieron por enfermedad a su niño de 7 años. Fui sincero y les comenté que cuando supe por qué llegaban me invadió la duda y que pedí a Dios que pusiera las palabras adecuadas en mi boca y que me guiara en lo que debía hacer. No estaría escribiendo esto si lo que conversamos y su relato no me hubiera afectado. El hacerlo es una forma de desahogo.

No es posible para mí ni para muchos otros colegas evitar identificarse. En lo particular porque tengo hijos y me pongo en el lugar de los padres. Todos los que tenemos hijos en algún momento hemos tenido el miedo de perderlos, es parte de ser padres. Y aquí el psiquiatra deja de serlo y se convierte en un padre más. También porque hace unos años murió mi hermano Jaime y recuerdo el sufrimiento por el que pasó mi madre (mi padre, en cierto sentido afortunadamente, ya había muerto y no tuvo que sufrir la pérdida). Tanto fue así que ella, una persona excepcionalmente dulce y cariñosa, falleció tres meses después.

Los padres que han perdido un hijo deben ser especialmente cuidadosos en cuanto a su relación. El riesgo de una separación aumenta. En las fases de adaptación puede aparecer el impulso de culpabilizar al otro y decir cosas que cuesta olvidar. La pérdida debe unir a la pareja pues el mutuo apoyo es esencial. Lo que sucedió no es culpa de ninguno. Somos humanos, no adivinos; podemos cometer errores y no tenemos poder sobre lo que nos depara el destino. Además, la carga es menos pesada cuando se comparte.

Cuando veo padres que han perdido hijos una sensación de respeto me invade. Para mí son seres especiales a quienes Dios escogió para darles las más duras pruebas. Así como mi madre, los padres de mi esposa pasaron por esa prueba y su ejemplo ha sido lección para mi familia y para muchos otros. Con todo el respeto del mundo, este artículo está dedicado a ellos. 

*Médico psiquiatra
y columnista de El Diario de Hoy