Mañana se termina, después de más de un año de campaña electoral sin tregua, la temporada electoral más extraña de la historia de los Estados Unidos hasta ahora. Extraña, porque no existen parámetros para juzgarla en comparación a las elecciones anteriores. Principalmente, porque en gran medida la tecnología que ha marcado los momentos más importantes de la campaña antes o no existía, o no tenía la credibilidad como para ser tomada seriamente por la prensa ni el electorado.
Primero, la candidatura de Donald Trump difícilmente habría sido posible sin la existencia de los ejércitos de troles de redes sociales que se encargaron de empantanarle el camino en las primarias a candidatos con mucha mayor experiencia, respetabilidad, credibilidad, y quien ha oído a Trump hablar en más de un discurso, coincidiría que mayor inteligencia. A punta de noticia falsa, medias verdades y otros rumores que se dispersaron como virus en las redes sociales, le fue fácil a Trump reclutar a los rincones más oscuros del internet y convertir a la “derecha alternativa” (el apodo con el que están intentando purificar al movimiento racista del supremacismo blanco) en un brazo útil. Fue también con estas redes que Trump instauró una narrativa de descrédito a la prensa (a toda, tanto la conservadora, como la de izquierda, como la menos ideologizada), tachando cualquier reporte que no fuera adulador como falso.
Además del descrédito de los medios tradicionales, a Trump le apañaron los, por darles algún nombre, medios “ficticios”, es decir, cuentas inventadas en redes sociales y páginas web fantasma, encargadas de producir a gran escala “noticias” a todas luces falsas, que cobraban viralidad al ser compartidas y diseminadas por troles y, eventualmente, inocentes crédulos queriendo ver confirmados prejuicios existentes acerca de la oposición. Un sistema de apoyo cibernético no tan diferente al del alcalde de San Salvador, que retuitea noticias aduladoras de medios que nadie conoce. Quizás la diferencia es que en USA estas fuerzas existían antes de Trump y a pesar de él, no por su iniciativa, ya que no es tan astuto. En justicia, también la izquierda se ha visto beneficiada por las noticias falsas, pero la candidata demócrata no tiene idea de cómo manejar las redes sociales, a diferencia de su contrincante, cuya tendencia de publicar sin filtro cualquier tipo de pensamientos en su cuenta personal a cualquier hora hizo de Twitter una principal herramienta de campaña.
La narrativa de desacreditar a los medios, aunque no es nueva (los políticos salvadoreños la han usado también, atacando al mensajero cuando no están de acuerdo con el mensaje), fue crucial para que Trump lograra, sin mayor consecuencia, mentir con descaro una tras otra vez sin costo político alguno a pesar de los “detectores de mentiras” y chequeo de veracidad de datos instaurados por los medios. Cuando probaban que Trump mentía, sus seguidores estaban predispuestos a no creerles, con independencia de las pruebas que presentaran.
La otra explosión la causó WikiLeaks, hackeando -- según reportes de inteligencia estadounidense, producto de la iniciativa rusa con influencia directa del Kremlin -- las cuentas personales de correo de los cooperadores más cercanos a Hillary Clinton y publicando todos sus contenidos. Confirmaron lo que la opinión pública siempre ha sospechado y criticado en los Clinton: una operación cerrada, calculadora, paranoica, con doble moral y duplicidad de opiniones, aterrorizada del escrutinio y alérgica a la transparencia, males que la permanente búsqueda y cercanía con el poder no solo no combaten sino que exacerban. Las posiciones frente a políticas públicas poco importaron en esta campaña, por lo menos, es lo que demuestran las encuestas. Ninguna posición específica ayudó a ninguno de los dos candidatos a jalar votos de la oposición, sólo a conservar los que ya se tenían a base de lealtades y borreguismos ideológicos. Al final, lo que mañana definirá las elecciones de la que se presume como “la democracia más ejemplar mundo”, es a cuál de los candidatos detesta menos el electorado de los poquísimos estados realmente en juego.
*Lic. en Derecho de ESEN con maestría en
Políticas Públicas de Georgetown University. Columnista de El Diario de Hoy.
@crislopezg