A la tragedia personal de muchos policías y militares que son asesinados —en lo que va del año son ya 38 policías y 21 soldados— se agrega el desamparo en que quedan sus familias.
De allí las denuncias de que los encargados de pagar los seguros no lo hacen a tiempo o “se les olvida” o quizá por usar el dinero para otras cosas. Esos funcionarios deberían pagar de su propio bolsillo lo que corresponde a esas familias, además de ser sancionados por conducta irresponsable.
En vista de la gravedad de la situación y de lo vital que es ese beneficio para todas estas familias, el remedio es formar un fideicomiso en uno o varios bancos, que puntualmente pague las cuotas de esos seguros, como a cualquier usuario le pagan los recibos de luz o sus hipotecas.
De lo que no tenemos duda es de que a los cuarenta mil contratados en estos dos gobiernos sus emolumentos les llegan puntualmente, como puntualmente pagan a los jefes que están muy tranquilos en sus oficinas y que no salen a combatir al lado de su tropa como Alejandro Magno o Napoleón, que compartían además del peligro, su rancho y sus campamentos.
Los planes burocráticos de seguridad no logran cuidar la seguridad de todos y combatir la delincuencia. No lograron nada tangible con el despliegue de carros del Ejército en la ciudad, con la mayoría de operativos (llegan al lugar pero todos los pájaros han volado, pues los infiltrados les avisan desde dentro y no se les ha ocurrido a sus jefes dar la orden en sobre sellado al encargado de la acción para que sea hasta último momento que se sepa dónde y cómo).
A esto se agregan los palos de ciego, como los cateos realizados en bares donde no encuentran nada.
O se pone cerco alrededor de todo el gallinero (una lucha frontal contra la delincuencia) o se resignan al fracaso al dejar huecos en el cerco.
No quieren ayuda externa ninguna
por tener esqueletos debajo de la cama
La lucha contra el crimen sólo es exitosa cuando se basa sobre la información, la inteligencia militar o policial, para lo cual es necesario contar con fuentes confiables dentro de comunidades o inclusive los mismos grupos delictivos, lo que a su vez requiere una depuración previa del cuerpo.
Tal objetivo es sólo posible cuando cuerpos externos, experimentados, se encargan de tal tarea, como lo hizo la misión francesa que fue destacada en la policía poco después del fin de la guerra en 1992.
Por ahora esto no parece posible, viendo cómo se rechaza la formación de una Cicig salvadoreña para luchar contra la corrupción y la impunidad y que podría encontrar toda clase de esqueletos debajo de la cama.
Y para seguir encubriendo podredumbres es que dejan que un grave problema, el de la violencia desenfrenada, se transforme en un horror que puede tragárselo todo, desde los sectores de trabajo y la gente buena hasta ellos mismos y sus protegidos.