Los firmantes de la paz…

Si la lógica es concentrar el poder, ganar elecciones y destruir al adversario, desacreditándolo, no será posible trazar la ruta hacia el desarrollo. Se necesitan líderes, como los de 1992, y objetivos estratégicos.

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23 November 2016

Los firmantes de la paz y la nación entera se preparan para conmemorar el 25 aniversario del pacto de Chapultepec. Varios de los que integraron las comisiones negociadoras, tanto del FMLN como del gobierno, han comenzado a participar en eventos públicos organizados por universidades, centros de pensamiento y entidades de gobierno. En las últimas semanas se realizaron por lo menos dos actos con la presencia de algunos de los protagonistas de la gesta de 1992. Uno  fue convocado por la Editorial Delgado y el Departamento de Estudios Políticos de Fusades, en ocasión de la presentación del libro “En búsqueda de la paz en El Salvador” en el que intervino su autora, la Dra. Diana Negroponte, actual investigadora del Centro Internacional para Académicos Woodrow Wilson. El otro se celebró en la Escuela Centroamericana de Gobierno y Democracia (ECADE) en  el marco de su diplomado sobre sistemas políticos.
  
Al escuchar a quienes colaboraron con la conclusión de la guerra nos surgen al menos cuatro reflexiones. La primera tiene que ver con la polarización que afecta al país. El extremo de un entorno polarizado se presenta cuando la parálisis invade la posibilidad de dialogar y resolver las diferencias de forma civilizada. El embotamiento de la razón es tal que se sustituyen las ideas por la violencia y la apertura de espacios para la participación política ya no depende de la institucionalidad sino de la capacidad de uno y otro bando para imponerse por la fuerza. Alcanzar el fin concertado en un conflicto bélico es una proeza nada fácil de conseguir. Sin embargo, quienes suscribieron el acta que concluyó con el choque armado, demostraron que no hay pelea interminable si la perseverancia, el coraje, la tolerancia y el anhelo de un futuro mejor, ajeno a cualquier motivación electoral, se conjugan en la mesa y permean en la voluntad de las partes en disputa.

La segunda consideración está estrechamente vinculada a la personalidad de los signatarios del acuerdo. David Escobar Galindo, Salvador Samayoa, Mauricio Vargas, Ana Guadalupe Martínez y Alfredo Cristiani produjeron, como suele suceder cuando ellos y otros de los firmantes coinciden en este tipo de actividades, un ambiente distendido, atiborrado de anécdotas y, principalmente, muy esperanzador. Se trata de salvadoreños comprometidos con su país. Son individuos con personalidad, carácter, inteligentes, audaces, sensibles a las posiciones contrarias, que actuaron con el propósito de alcanzar una finalidad concreta, sin importarles el riesgo personal que encaraban. Testimoniar la manera cortés y hasta cariñosa con la que se tratan a más de dos décadas de la contienda, nos anima a creer que también ahora pueden encontrarse coincidencias que ayuden a solventar los aprietos y las carencias que viven nuestros compatriotas.  
  
Una consideración adicional se origina en un aspecto en el que concuerdan prácticamente todos los participantes en los conversatorios. El desenlace de las negociaciones solucionó un conflicto político. Creó una institucionalidad que, para la época, contribuyó a mejorar la calidad de la democracia. La subordinación de los militares al poder civil, la constitución de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, la garantía que los comicios serían transparentes y organizados por un árbitro independiente que sustituyó al antiguo Consejo Central de Elecciones, y el cambio de mecanismo para la designación de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, entre otras reformas, significaron un importante progreso que fortaleció el Estado de derecho. Veinticinco años después no podemos responsabilizar a aquella hazaña patriótica y a sus autores por la situación económica, el alto endeudamiento público, la inseguridad, la corrupción, los ataques a la Sala, los altibajos en la organización de las elecciones y, en general, por la insatisfacción de los ciudadanos con la democracia que padecemos en la actualidad.

Precisamente el último pensamiento tiene relación con el reto que debemos asumir aprovechando el impulso suscitado por este nuevo aniversario de la paz. Los fines que buscan los partidos y el resto de actores de la vida nacional deben revisarse. Si la lógica es concentrar el poder, ganar elecciones y destruir al adversario, desacreditándolo, no será posible trazar la ruta hacia el desarrollo. Se necesitan líderes, como los de 1992, y objetivos estratégicos que dibujen un nuevo acuerdo nacional.
 

*Columnista de El Diario de Hoy.