Es frecuente catalogar como socialista una economía porque cuenta con altos niveles de gasto público e importantes cargas tributarias. Quienes defienden esa postura, suelen traer a cuento los países nórdicos. Sin embargo, las cosas no son tan simples como a veces uno quisiera.
Esos países; a pesar de que el gasto público y los impuestos que lo sostienen son elevados, y que además cuentan con un Estado “grande”; se mantienen desde hace años a la cabeza del ranking de las naciones más liberales económicamente hablando.
Entonces: ¿cómo en economías con altas tasas impositivas y abundante gasto público se puede compatibilizar libertad económica individual e intervención estatal, y no perecer en el intento? Cumpliendo unas, aparentemente, sencillas condiciones: contar con un sistema jurídico y judicial transparente y eficiente, respeto y promoción sólida y coherente de la propiedad privada; Estado grande pero eficiente, manejo técnico y sensato de la política monetaria, una praxis que fomenta el libre comercio, leyes que favorecen más que entorpecen la inversión privada, y el más importante de todos: saber que el dinero no es “para gastarlo”, y que solo se genera trabajando.
Por el contrario, en los países latinoamericanos que se llaman a sí mismos “socialistas” es frecuente –por motivos ideológicos y de ignorancia en materia económica las más de las veces-, malgastar los dineros públicos y promover políticas que traban la inversión privada (empezando por el repetido estribillo de que quienes tienen más paguen más; y su segunda parte –menos citada- que vendría a ser algo así como que quienes tienen menos reciban más… del Estado). Orquestan un sin número de regulaciones para emprender negocios, impuestos cada vez más gravosos a la importación, exportación, propiedad, combustibles, energía eléctrica y comunicaciones… Y un rosario de dificultades que además de desincentivar la actividad privada, convierten la burocracia estatal en caldo de cultivo perfecto para la corrupción.
Porque, no basta contar con una población culta y emprendedora; es necesario que se le deje respirar, trabajar, hacer negocios. Y en esto, los países nórdicos llevan la delantera.
Aquí, para cobrar más impuestos, se argumenta que la tasa impositiva es de las más bajas y que la desigualdad social es de las mayores de todo el continente, que es necesario que el Estado tenga un papel de protagonista privilegiado en materias como la lucha contra la discriminación por motivos de género, posición social y/o económica, etc. No digo que no. Pero presentar solo un lado de la moneda es torcer las cosas de manera ideológica, quizá para engañar.
Para muestra un botón: en los países más exitosos, el grueso de las cargas impositivas no se aplica a la generación de riqueza, sino al consumo y a la renta personal. De hecho, las empresas pagan un promedio del 22 % sobre ganancia en impuestos, en contraste con el 28 % de América Latina.
Otro punto a considerar es que quienes defienden subir los impuestos, sean incapaces de entender una manera diferente de aumentar ingresos del fisco. Sin embargo, por lo menos, deberían tener honestidad intelectual para dejarse aconsejar por los que sí han sido exitosos. Pero no. Se encierran en su castillo –muy bien provisto por cierto-, y desde una oficina sin ventanas deciden en asuntos para los que no están capacitados ni técnica, ni competitiva ni, en ciertos casos, moralmente.
Tenemos crisis fiscal. Pero ésta, que no se ha incubado ni en siete, ni en veinte años, difícilmente se solucionará aumentando impuestos mientras: a) no se comprenda que administran pésimamente las finanzas del Estado, b) que el problema no es coyuntural, sino estructural, y c) que nunca bastará con aumentar los ingresos, si se sigue gastando como pobre que acaba de cobrar herencia.
*Columnista de El Diario de Hoy.
@carlosmayorare