La matanza en Las Vegas conmueve a la civilización

La matanza de Las Vegas, el horror de esa noche, tuvo, como contraste al sicópata y las personas que heroicamente se pusieron de escudos para que otros vivieran, el contraste de siempre entre Ariel y Calibán.

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Por Mirna Navarrete

04 October 2017

La carnicería en Las Vegas se suma a una serie de matanzas en teatros, discotecas, restaurantes, parques, etcétera, cuyos autores, cualesquiera que haya sido la clase de demencia que los llevó a perpetrarlas, confirman que malvados y sicópatas siempre habrá en todas las sociedades, en unas más que en otras.

Las tragedias son impredecibles en un mundo que debería ser más seguro con el paso del tiempo, aunque obviamente una ciudad donde el juego y la vida loca han sentado sus reales está más expuesta a sufrir esa clase de ataques que comunidades tranquilas en las cuales todo el mundo se conoce, pero la gente tiene derecho a divertirse en lo que es lícito.

Es impredecible que alguien dispare sobre inocentes cuya desgracia fue estar donde la casualidad les puso, pero no lo es ocuparse de que en los hoteles no se introduzcan armas ni menos se acumulen arsenales en sus habitaciones. El problema de los hoteles en Las Vegas es que hasta en las recepciones y los pasillos hay máquinas de juego, por lo que requisar habitaciones ocupa un segundo lugar en las prioridades.

Tampoco se ocupan las autoridades de pedir a vendedores de armas reportar sus ventas y a quiénes se hacen, para formar bancos de datos —los que en la edad de los ordenadores es una tarea relativamente simple— para conocer las adquisiciones fuera de lo usual de proyectiles o armas.

“Sicópatas siempre habrá

entre vosotros...” y más en esta tierra

Parafraseando una cita bíblica, “sicópatas siempre habrá entre vosotros”; todos debemos estar en alerta ante conductas irregulares o extrañas. Hay padres que encierran a sus hijos durante años, los torturan, los esconden y hasta llegan a matarlos sin que los vecinos reporten movimiento insólitos.

En tiempos pasados, como sucede en la actualidad con los jihadistas, hubo matanzas más por matar que por conquistar, o matanzas a las que se agregaban actos de crueldad extrema sin que eso cambiara nada, como con Vlad Tepes, el sanguinario señor de Transilvania cuyas monstruosidades dieron pie a la leyenda de Drácula.

Y esta faceta siniestra que reside en las entrañas de tantos llevó a concebir el drama de Robert Louis Stevenson del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, de un médico cuyos ensayos con drogas lo transformaban en un monstruo.

Matar por matar es la sicopatía que sufrieron Hitler, Stalin, Pol Pot, los de Sendero Luminoso, Fidel Castro, como en este suelo lo hizo el jefe guerrillero Mayo Sibrián, que mandó a asesinar a palos y torturas a centenares de jóvenes campesinos por adoptar “actitudes contrarrevolucionarias” como ponerse a bailar o enamorarse en el campamento.

La matanza de Las Vegas, el horror de esa noche, tuvo, como contraste al sicópata y las personas que heroicamente se pusieron de escudos para que otros vivieran, el contraste de siempre entre Ariel y Calibán, lo que llevó al Buen Samaritano a socorrer a alguien de una región en cierta forma antagónica. El sufrimiento de otros debe despertar compasión, no ahondar la saña, el sadismo.

En alguna medida la matanza era predecible, ya que el padre del asesino estaba entre los criminales más buscados de Estados Unidos.