Esa mañana se encendió la lucita advirtiéndome que necesitaba combustible. Tenía un día ajetreado, de manera que decidí enfrentar así a los congestionamientos de la ciudad.
Al final de la jornada logré llegar a una gasolinera.
–$27 de diésel en la bomba cuatro, por favor.
Pagué. Se acercaron tres jinetes. Los dos de los extremos eran soldados. Brillantes armaduras y espadas al cinto. Me intimidaron.
Al centro, sobre un corcel blanco, iba un tipo grande. Muy grande. Vestía un traje rojo, capa de armiño, y de su cintura colgaba una daga de acero toledano con finos detalles labrados en una empuñadura de oro. Era una obra de arte… La daga, digo. El hombre era el Sheriff de Nottingham. Y él me intimidó aún más.
–Muchacho –dijo el sheriff al amable empleado de la gasolinera–, servile solo $20.86, y de lo que él te pagó dame $6.14.
–Discúlpeme, don sheriff –dije temeroso al funcionario–.
–¿Qué? –me dijo sin mirarme– $2.71 de IVA, y $3.43 de Fovial y Cotrans, ¿pasa algo?
–No, nada. Pero, con todo respeto, señor, ¿no le parece que quitarme el 22.74 % de mi dinero es un poquito de demasiado? –e hice así los dedos. Luego agregué imprudentemente–. Digo, a cambio de ello ustedes me dan casi nada… Por no decir nada, señor –terminé quedito–.
El sheriff me vio y me intimidó aún mas.
–Mirá, cipote –me dijo a pesar de mis casi cuarenta años–, a cambio del IVA no tengo nada que darte. Es un impuesto. Lo pagás sí porque sí.
Lo del Fovial es para que mantengamos las calles que vos ocupás todos los días en tu vehículo. Y lo del Cotrans es para que la gente de carro, como vos, sea un poquito solidaria con quienes se transportan en bus.
–Entiendo, don Sheriff –le dije sumiso–. Pero, con todo respeto, eso de pagar algo a cambio de nada suena un poquito feudal –un soldado empuñó su espada–. Y al margen de tecnicismos –agregué– las calles las tiene un poquito maltrechas, señor. En cuanto al Cotrans, hablando las cabales, el subsidio es para los empresarios de buses, no para los pasajeros; y así como pobrecitos, lo que se dice pobrecitos, no creo que sean.
El sheriff se bajó de su corcel, se acercó, y me ilustró:
–¿No te gusta como están las calles? Te voy a explicar, muchacho –volvió a decirme a pesar de mis casi cuarenta años–. Desde 2001 pagás $0.20 por galón para el Fovial. Han pasado quince años y no ha habido un ajuste por la inflación. Seguís pagando lo mismo. ¿Querés mejores calles? Apoyanos con el incremento a $0.47 por galón. Los del Fomilenio nos están echando la mano en eso –agregó como última estocada argumentativa–.
–Entiendo, señor –le dije–. Si las matemáticas del Liceo no me fallan, el aumento sería de más del 100 %. ¿Acaso la inflación en estos quince años también se duplicó? –Y agregué con un último y sincero ‘con todo respeto’–. Y, con todo respeto, ese cuento de ‘les doy un mal servicio porque no me dan suficiente dinero, pero mejoraré si me dan más’ lo he escuchado bastantes veces; y casi siempre los servicios no terminan mejorando así como muchito, ¿no? En cuanto al apoyo que tiene de los gringos no tengo nada que decir, me hizo jaque mate –dije con una risita tonta ante el rostro pétreo del sheriff–.
–…
–Le propongo algo, don Sheriff. ¿Y si hace ese aumento, pero a cambio nos quita lo que pagamos para subsidiar a los buseros? Así no nos jode tanto… Digo.
Agradecí la sinceridad del sheriff cuando me dijo: –¿Y que se arme un caos con paros de transporte? ¡Un poquito de sensatez!
Entendí que el funcionario tenía razón. Los buseros son muy buenos para organizarse y lograr políticas públicas que les favorecen. Los contribuyentes no.
*Colaborador de El Diario de Hoy.
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