Desde hace varios meses escuchamos a distintos actores políticos manifestar la necesidad de que los partidos supuestamente más representativos entablen un diálogo para lograr solventar los problemas del país; y digo “supuestamente” teniendo en consideración la más reciente encuesta del Instituto Universitario de Opinión Pública de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, la cual manifiesta que el 57 % de los encuestados no tiene preferencia ni por el partido en el Gobierno ni por el de oposición. Sin embargo, pocos avances han existido en esa propuesta, pues ambas partes no han pasado de criticarse vanamente y echarle la culpa al otro por la ausencia del diálogo. Para mientras, el salvadoreño promedio sigue luchando contra la corriente para sobrevivir en un país pobre, violento y con escasas oportunidades de superación. Estos actores políticos no advierten la gravedad de los problemas del país y prefieren vivir desconectados de la realidad, enfrascándose en dimes y diretes estériles.
Tomarse en serio la posibilidad de resolver los problemas de desempleo, salarios insuficientes, educación, desnutrición, salud, transporte público, pensiones, pacto fiscal, entre muchos otros, se ha quedado en el plano de ideas ligeras y ninguna de las partes involucradas (entre las que tenemos que incluir al sector privado) ha dado paso firme en la búsqueda de soluciones. Probablemente, esta apatía, desinterés o pereza política proviene de la falta de conciencia del impacto que estas situaciones tienen en la vida de la población. Mientras muchos miembros de la clase política puedan seguir viviendo bien dentro del aparato del Estado, mientras los negocios sigan manteniendo niveles de rentabilidad aceptables, mientras los desnutridos sigan siendo los hijos de otros, o mientras todos los problemas que vive la mayor parte de la población salvadoreña no toquen a los tomadores de decisiones trascendentales, es probable que no se vuelva la mirada a la búsqueda de soluciones viables a problemas que tienen décadas de existir.
“¿Disponemos de un tipo de sistema político capaz de acomodar un debate auténtico? Nuestra política nacional no satisface siquiera los requisitos de un debate de instituto aceptable. Nuestros candidatos nos hacen sentir vergüenza cuando se aclaran la garganta antes de hablar. Están sometidos a asesores que les dicen que las formas lo son todo y que el contenido no es nada, que deben decir tan poco como sea posible, que deben limitarse a lanzar mensajes subliminales dirigidos secretamente a movilizar a grupos importantes, que un titular impactante en las noticias de la noche es oro político y que cualquier cosa remotamente parecida a un argumento es mortal”. Aunque pareciera que estas palabras fueron escritas para El Salvador, no lo son; se trata de una percepción del debate político estadounidense en el año 2005 escrita por Ronald Dworkin en el libro “La democracia posible”.
Dworkin manifestó en su tiempo la necesidad de pensar en los elementos mínimos que deben fomentarse para que los actores políticos alcancen un consenso en las decisiones colectivas que afectarán a la mayoría, aún y cuando sus desacuerdos en otros temas ideológicos persistan. En primer lugar, para lograr acuerdos en temas fundamentales es necesaria la concurrencia de la voluntad política de acercamiento. Además, establecer un debate en que ambos pensamientos políticos puedan coincidir; es necesario encontrar un punto en común entre los sectores dominantes de la política, los cuales constituyan un inicio del diálogo en casi cualquier tema que afectará decisiones trascendentales para la nación.
Para Dworkin ese terreno común son los principios derivados de la dignidad humana que gozan de una amplia aceptación: igualdad (consideración por la vida de todas las personas) y libertad (posibilidad de ejecutar decisiones tendentes a la autorrealización). Sobre estas dos premisas, las cuales pueden ser aceptadas por casi cualquiera, es posible y debe edificar una nueva forma de deliberación política. En El Salvador es necesario que tanto el Gobierno como la oposición dejen de pretender que la lucha por la igualdad y la defensa de la libertad son antagónicos; es posible conjugar ambos fines y encontrar soluciones que nos beneficien a todos. Es hora de que todas las partes que pueden hacer algo por El Salvador salgan de la burbuja en la que viven, dejen sus intereses particulares y fijen su mirada en la búsqueda de soluciones para la población.
*Columnista de El Diario de Hoy.