"Esa otra moto parece cipote sietillo a la par de la suya” bromeaba el simpático vigilante de la óptica, destino obligatorio para los mayores de 40. Chente se llama, y es de Apopa.
Por el espíritu cachimbón de Chente, validé que la mayoría de salvadoreños somos eso, cachimbones. A pesar de los problemas que nos rodean, y aunque la quincena sea de a real menos cuartillo, pregúntele a un salvadoreño. ¿Cómo estás? Y la respuesta más probable será “bieeeen”.
Además de cachimbones, somos “buczos” y serviciales. Algo que la mayoría no realiza hasta que se sienten abandonados en otras latitudes.
En el taller, en el restaurante, en el banco, en la casa del amigo, y en todos lados, las probabilidades de que en El Salvador nos sintamos bienvenidos y/o encontremos una sonrisa, son más altas que en otros países. No lo digo yo, lo dicen los extranjeros.
Ese espíritu “buczo” y servicial florece aún más si la sonrisa es recíproca, si lo reconocemos dando las gracias con sinceridad.
Demostrar gratitud hacia los demás no solo abona la relación, sino que es bueno para nuestra salud. Los psicólogos juran que los que verbalizamos la palabra mágica, mirando los ojos del receptor, somos más felices, optimistas y entusiastas. Que si además acompañamos las gracias con una sonrisa, fortalecemos la capacidad para batallar el stress nuestro de cada día, y ya sabemos que sin stress la vida es más sabrosa.
Esto lo aprendí leyendo un libro sobre “Mindfulness” en mi hamaca de sábado, recompensa luego de 3 horas de pedal intenso.
El libro está cargado de tips sobre cómo vivir en paz y, sin duda, la gratitud hacia los demás es una de las tantas formas para lograrlo.
Pero muchos solo emitimos un aguado gracias o, peor aún, ni siquiera eso. Qué pecado.
Debo confesar que también he pecado. Estoy tan acostumbrado a llegar a casa y encontrar la cena calientita, mi ropita lavadita, y todo más nítido y limpio que hotel 5 estrellas, que no siempre demuestro mi agradecimiento por dicha bendición.
Mal hecho. El libro de la hamaca confirma que colaboradores que se sienten agradecidos desempeñan mejor su labor, y están más motivados, debido a que el reconocimiento produce endorfinas.
Uno también se siente bien al verbalizar la palabra mágica. Cierto, no podemos hacer que salga de otras bocas, pero sí podemos predicar con el ejemplo; muy importante si hay pequeños en casa. Una palmadita, acompañada de gracias cuando recogen los platos sucios, cura cualquier berrinche.
Una piedra en el camino me indicó que mi destino, era pinchar y pinchar. El mecánico cachimbón del grupo, con entusiasmo y sin esperar nada a cambio, le dio una palmadita a la llanta y cambió el tubo en dos patadas. Richard se llama y es de Atiquizaya. Por supuesto que lo bañé con gratitud sincera, lo felicité por ser tan ducho, y premiaré su taller con mi lealtad.
La palabra mágica no solo nos compra salud, nos ayuda a vivir en paz y motiva al receptor; también es buena para su empresa. Lógico: Frecuentamos y le damos “like” a negocios en los que nos sorprenden con una sonrisa, adonde agradecen y aprecian nuestra lealtad. De igual forma, nos ausentamos y le damos “hate” a negocios en los que ni sonríen, ni nos agradecen, y les vale sorbete nuestra presencia.
Menos mal ser buena onda, en la mayoría de salvadoreños, es algo natural. El otro día en el banco, después de “bieeennn”, respuesta a la pregunta “¿Qué tal están?”, me dio la bienvenida el vigilante Misael, me regaló una sonrisa la recepcionista Flor, y la cajera Carmen se despidió con “gracias por su visita” y un caramelo. Las gracias son las que les adornan a ustedes salvadoreños cachimbones.
Que no desaparezca el ¡muchas gracias! de nuestro vocablo. No cuesta nada, y hace milagros.
¡Muchísimas gracias a El Diario de Hoy por concederme este espacio, y a usted por leer mis inspiraciones todos los martes!
* Columnista de El Diario de Hoy.
–calinalfaro@gmail.com