Como todo aquel que tiene la suerte de vivir un cambio de siglo, a inicios del siglo XXI tenía la sensación de iniciar una nueva etapa en mi vida. En mi caso, era especialmente cierto gracias a las diestras manos de un gran equipo de cardiólogos a quienes, de por vida, les estaré profundamente agradecido por habérmela prolongado.
Una oferta de trabajo tocó entonces a mi puerta. Más que propuesta, parecía desafío: sería el responsable de la parte educacional de un novedoso proyecto (se intentaría solo en tres países del mundo), ejecutado por un organismo internacional en zonas de muy alta pobreza del país. Antes de aceptarlo, me pareció sensato visitar las zonas donde se desarrollaría para apreciar por mí mismo las probabilidades de éxito que podría tener. Llamé a una buena amiga que dirigía un proyecto de salud integral en Jiquilisco, y le dije que aceptaba su invitación para ir a conocer su trabajo. Encontré allí más pobreza de la que recordaba de aquellos felices tiempos adolescentes, seguramente porque ahora mi percepción estaba sesgada –como siempre lo está la de todos– y recogía elementos que antes había pasado por alto.
Recuerdo haber vuelto muy molido del viaje, pero impresionado por la belleza natural de las islas y, más aún, por la entrega y bondad de todas las personas que trabajaban para el proyecto. Para entonces, lo hacían con un presupuesto mínimo pues el Ministerio de Salud les había cortado desde varios meses atrás el financiamiento.
–¿Y entonces, por qué mejor no lo cierran?, pregunté.
– “No podríamos, Jorge. El Minsal lo financiaba, pero nosotros ponemos la cara en el terreno. La confianza que ahora nos tienen los pobladores nos la hemos ganado a pulso. Somos los únicos que seguimos viniendo. Dejar de hacerlo sería matarles toda esperanza de atención médica. Hemos calculado que podremos llegar hasta fin de año, pero siempre abrigo la esperanza de conseguir un nuevo financiamiento y poder continuar”, me respondió con toda serenidad mi amiga.
“Para nosotros, el compromiso que hacemos con la gente es tan importante como la calidad de nuestros servicios”, concluyó con sano y evidente orgullo.
Cuatro meses después todavía no habíamos decidido en el proyecto cuáles “agencias implementadoras” se contratarían. Por la burocracia de las instituciones, hubo que esperar a que llegara nuestro respaldo técnico de Ginebra.
“¡Decidan ya! Nosotros proveeremos la asistencia técnica, pero cada agencia hará lo que sepa hacer, no se hagan muchas ilusiones”. Sabias palabras. En la Oficina todavía tenían algunas dudas sobre si contratar o no a Fusal, que para entonces no tenía mucha experiencia en proyectos educativos. La visita previa que yo había hecho al terreno me permitió argumentar, con convicción, a favor de ellos. A partir de entonces, fueron ocho años de intensa y grata colaboración conjunta. El proyecto fue altamente exitoso en su componente educativo. Se implementó un modelo de apoyo a la educación de los “niños, niñas y adolescentes retirados y en riesgo” como me tocó escribir en no menos de quince gruesos y minuciosos informes que presentamos a lo largo del proyecto.
Fusal hizo una estupenda labor. Y al decir Fusal me refiero a cada persona que allí conocí, pues todas trabajaron con igual entusiasmo, alegría, calidad y honradez; desde la principal responsable, hasta los jóvenes contratados para el proyecto. El proyecto terminó pero Fusal siguió como ejecutor de la estrategia de “Salas de Nivelación”, que fueron adoptadas por el Mined luego de evaluar los avances obtenidos.
Posteriormente, Fusal fue contratado por una telefónica que asumió el reto de apoyar la educación para combatir el trabajo infantil.
Ahora que celebran su trigésimo aniversario de operaciones, mi memoria escogió y me regaló, de esos años, la frase de la siempre optimista Celina Palomo cuando volvíamos de las islas: “Para Fusal el compromiso con la gente es tan importante como la calidad de nuestros servicios”.
Tengo para mí que es la clave de su éxito. ¡Muchas felicidades y larga vida a toda la buena gente de Fusal! Merecen estar donde están. Sigan siempre haciendo feliz a la gente que menos tiene y que más les da.
*Sicólogo y Colaborador de El Diario de Hoy.