Es evidente que quien preside el Tribunal Supremo Electoral carece de las credenciales profesionales y emocionales para estar a la altura de su delicada labor. En un país tan enfrentado como el nuestro, y delante del reto histórico de administrar unos comicios complejos, está claro que la máxima instancia electoral del país debería ser liderada por una persona cuya ecuanimidad y fortaleza moral estuvieran fuera de dudas. Nada de eso, lamentablemente, observamos en Julio Olivo Granadino. Y él mismo se encarga de confirmarlo cada vez que abre la boca.
Más allá, sin embargo, del narcisismo y las filias ideológicas del presidente del TSE, lo cierto es que el éxito de las elecciones de marzo de 2018 ya tendría que estar garantizado. El histrionismo del magistrado Olivo, con todo y lo patético que es, no tendría que pasar de la anécdota. Pero a seis meses del evento las preocupaciones persisten: la institucionalidad del Tribunal está lejos de responder a las demandas de eficacia y transparencia que nacen de la sociedad civil organizada, y los partidos políticos mayoritarios tampoco parecen interesados en otorgarle a los ciudadanos (incluidos sus votantes) el mínimo respeto que se merecen.
¿A qué le apuestan el FMLN y ARENA con la lentitud y la opacidad del TSE? En el caso del oficialismo, la jugada consistiría en tener todo el control posible sobre los resultados de marzo, principalmente si los comicios devienen en caos e incertidumbre. A nadie sino a quien tiene el poder estatal le conviene el desorden por encima de la predictibilidad, las decisiones a puerta cerrada en lugar de la absoluta apertura.
En el caso de ARENA, su pasividad ante lo que sucede en el Tribunal es simplemente inexplicable. Habiendo vivido las experiencias amargas de las últimas dos elecciones, ¿cómo es posible que el partido opositor no haya objetado la utilización de escáneres sin una licitación de por medio, que permitiera llegar a septiembre sin ninguna garantía de acompañamiento tecnológico en las juntas receptoras de votos, o que guardara silencio ante la injustificable falta de depuración del padrón electoral?
En honor de la verdad, al menos cuatro magistrados del TSE han estado dispuestos a exponer algunos de los problemas que ha enfrentado el cuerpo colegiado rumbo a las elecciones de 2018. Estos funcionarios, más prudentes que Olivo, no han llegado al extremo de afirmar que los fallos de la Sala de lo Constitucional han convertido nuestro proceso electoral en una “vergüenza” (temeraria interpretación que únicamente desacredita a quien la emite, sobre todo cuando su trabajo es velar por el buen funcionamiento del proceso que critica). Pero la buena disposición de estos cuatro magistrados es insuficiente dado el recelo acumulado hasta la fecha, tanto por lo que se ha dejado de hacer como por lo que ya se hizo sin la debida transparencia.
Existen muy serias dudas sobre cuántos salvadoreños estarían aptos para votar en 2018 según el padrón electoral. Este último, para empezar, ha crecido en un porcentaje bastante mayor que el registrado por la población que cumple 18 años cada trienio. ¿Cómo puede existir esta discrepancia y nadie se preocupe por esclarecer su causa? Por otra parte, entre los 40 y los 59 años de edad, el padrón proyectado incluye alrededor de 490 mil ciudadanos más que el índice demográfico, lo que lleva a pensar que un número significativo de personas que deberían estar excluidas siguen siendo consideradas aptas para ejercer el sufragio.
La OEA ha planteado la depuración del padrón como una urgencia desde 2009. No se necesitan grandes recursos para hacerlo, sino voluntad y coordinación entre diversas entidades estatales. ¿Por qué los avances han sido casi nulos y los partidos tan tranquilos? Importa poco que el presidente del TSE use la mano izquierda para cantar el Himno; lo que interesa es que tengamos funcionarios y líderes políticos que usen las dos manos para hacer Patria. ¿O no están orgullosos de hijos suyos poderse llamar?
*Escritor y columnista
de El Diario de Hoy