La historia ha demostrado que el servicio público tiene el potencial de hacer que máscaras, disfraces y posturas falsas o endebles desaparezcan. Las personas, una vez toman posesión de su puesto, se sienten lo suficientemente cómodas (o, en ocasiones, poderosas) para mostrar su verdadera cara, descartando todos aquellos adornos que utilizaron en el pasado para vender una imagen imprecisa de sí mismos. Algunos nos sorprenden, a través de sus acciones, posiciones, y actitudes, demostrando que su nivel de compromiso con el país y sus compatriotas es mucho mayor del que aparentaban antes convertirse en servidores públicos. Dejan claro que están dispuestos a sacrificar y ofrecer mucho más por el bien del país. Hay otras personas, sin embargo, que al convertirse en servidores públicos revelan totalmente lo contrario. Lastimosamente, este es el caso más frecuente.
En la actual administración no hay un tan solo funcionario que haya superado las expectativas generadas en la ciudadanía. Al contrario, todos, sin excepción, son una total decepción. En El Salvador, como en muchas otras naciones, la lealtad partidaria es uno de los factores que se encarga de despojar a los funcionarios públicos de sus máscaras y disfraces. El gabinete de seguridad es un escenario perfecto para ilustrar este punto.
El caso de Jaime Martínez, director de la Academia Nacional de Seguridad Pública (ANSP), es el ejemplo perfecto para mostrar cómo el fanatismo partidario contribuye a que los funcionarios, una vez en el puesto, se sientan lo suficientemente cómodos para mostrar que su deseo por mostrar la lealtad a un partido impera sobre cualquier otro principio o imagen con la que se hayan identificado en el pasado. Esto, a su vez, revela el carácter ornamental de estos elementos, descartados tan fácilmente cuando pierden valor o se convierten en obstáculos para ganar la simpatía partidaria.
Martínez, en varias ocasiones, ha demostrado su afán, su fidelidad a consignas partidarias y al discurso oficial, a costa de principios y rasgos que empleó en gran parte de su trayectoria profesional para proyectar su imagen. La reciente postura de Martínez sobre “la tregua”, expresada durante una entrevista con periodistas de El Faro, es un ejemplo claro. El entrevistador preguntó al director de la ANSP si sus publicaciones académicas, en las que aboga por el diálogo con las pandillas, indican que está en desacuerdo con el actual discurso del Ejecutivo que descarta este tipo de interacción con dichos grupos. La respuesta de Martínez es reveladora, ilustra perfectamente el potencial que tienen los puestos públicos y la política partidaria para desenmascarar a los charlatanes. Acorralado por la interrogante, el funcionario dijo que su postura académica es a favor del “diálogo” con pandilleros, pero como director de la ANSP su posición no es esa.
Esta respuesta revela el endeble temple académico de Martínez. Cualquier académico respetable hubiese sostenido su postura académica por sobre todo lo demás, aunque le costara su empleo o la simpatía del partido oficial. Adoptar posiciones diferentes a conveniencia y no mantenerse fiel a una, indica que no existe un compromiso real con la postura ni con lo que la adhesión a ésta significa. “La tregua” no es la única situación en la que Martínez ha traicionado principios y posiciones previas. El excesivo uso de la fuerza por parte de policías y la participación de militares en tareas de seguridad pública son otros temas en los ha demostrado que su lealtad partidaria está por sobre todo lo demás.
El Salvador necesita funcionarios que se mantengan fieles a sus principios, posturas y convicciones, aunque esto signifique ganarse enemigos en el sector político. Así prevalecerá lo técnico sobre los intereses políticos. Necesitamos personas que no estén dispuestas a traicionar su trayectoria profesional por un trabajo, salario o por popularidad partidaria. Esta es la clase de personas que sacarán al país del hoyo en el que está.
*Criminólogo
@_carlos_ponce