El escenario cliché en muchas películas de horror es que el villano aterrorizante está llamando por teléfono y la llamada viene desde adentro de la casa. La amenaza está adentro, cercana, y las preguntas sobre los daños a sufrir ya no son “si”, sino “cuándo”. Lo mismo que el cansado escenario de la película de horror, para los países del Triángulo Norte en Centro América, el villano está llamando desde adentro de la casa y se llama corrupción.
El villano no solamente es la corrupción, sino también la sarta de bloqueos que funcionarios de todas las persuasiones políticas e ideológicas quieren poner para que se persigan los delitos de enriquecimiento ilícito, peculado y malversación que aparentemente abundan en nuestros parajes. El Gobierno de los Estados Unidos ha hecho del combate a la corrupción en nuestros países uno de los requisitos mínimos para continuar su agenda de cooperación con el Triángulo Norte. Y tiene todo el sentido del mundo que el mariachi quiera escoger la canción. ¿De qué sirve que se destinen millones en concepto de cooperación para, en teoría, acelerar nuestro desarrollo, y que vayan a caer al saco roto de administraciones corruptas?
Cualquier funcionario comprometido con su labor de servicio público, aceptaría este interés de nuestros aliados diplomáticos por que se limpie la corrupción en nuestros gobiernos con total agrado. Por eso sorprende la labor de relaciones públicas que ha emprendido el FMLN en Washington, DC, para intentar frenar el trabajo del fiscal Douglas Meléndez y para criticar a la embajadora Jean Manes de “interferir” en los asuntos nacionales. A ver, que la plata de cooperación también es interferencia, como lo es tener de consejero al gobierno cubano, y esa no les molesta tanto. Según la revista digital Factum, el diputado Blandino Nerio recientemente visitó la capital estadounidense con el fin de sostener reuniones con el personal de algunos miembros del Órgano Legislativo para expresar sus quejas en contra de la embajadora y del fiscal y además, salir en defensa de su colega José Luis Merino, puesto que su nombre ha despertado el interés de diferentes agencias del Gobierno estadounidense y no por su conducta ejemplar precisamente.
Bill Easterly, un economista experto en desarrollo internacional, tiene en su libro “La tiranía de los expertos” la teoría de que de nada sirven las recomendaciones de agencias internacionales de cooperación, o las implementaciones de innovadores programas, si el estado de derecho es destrozado a mansalva por los gobernantes de turno. Easterly ocupa ejemplos del continente africano en los que los gobernantes tienden a ser dictadores que se han olvidado de los derechos individuales de sus ciudadanos, sobre todo, de los derechos de los más pobres. Si bien en ninguno de los países del Triángulo Norte (¡por suerte!) es debatible que la democracia y la limitación del poder sea la manera más adecuada de elegir a nuestros gobernantes y (¡por suerte!) nuestra dolorosa historia ha hecho que eso de las dictaduras haya pasado de moda, asusta la manera en la que muchos de los ejemplos que Easterly plantea como hipótesis se cumplan para nuestros países.
Corrupción va más allá del enriquecimiento ilícito y de la malversación de fondos. Es también reportar estadísticas falsas sobre la tasa de asesinatos en la capital, o pasar leyes que podrían afectar a generaciones enteras al amparo de madrugones legislativos. Estados Unidos ha hecho del combate a la corrupción parte de su agenda mínima para el Triángulo Norte. Todo funcionario que no comparta esta agenda mínima, nos debe explicaciones.
*Lic. en derecho de ESEN
con maestría en Políticas Públicas
de Georgetown University.
Columnista de El Diario de Hoy.
@crislopezg