Las reliquias de los santos y beatos de la Iglesia

Toda reliquia se “venera”, no se “adora”. Adoramos solo a Dios. Deben estar documentadas por la autoridad eclesiástica competente.

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Por Elizabeth Castro

16 September 2017

Desde hace varios meses las comunidades parroquiales de la Arquidiócesis de San Salvador han estado recibiendo las reliquias del Beato Óscar Arnulfo Romero, Obispo y Mártir. El lunes 11 de septiembre llegarán a la Parroquia San Juan Bosco, en Soyapango.

En años anteriores miles de católicos han venerado las reliquias de otros santos como San Juan Pablo II, Don Bosco y otros santos y santas. Ellos han sido hombres y mujeres de carne y de hueso que no han nacido santos, sino que se han hecho santos siguiendo el camino de la perfección “Sean santos... porque Yo, el Señor, soy santo”. (Lev. 19,2; Mt. 5, 48).

Como nos dice Benedicto XVI, “no son una exigua casta de elegidos, sino una muchedumbre sin número en la que no están solamente los santos oficialmente reconocidos sino también los bautizados de todo tiempo y nación que han buscado realizar con amor y fidelidad la voluntad divina”.

En la historia de la Iglesia muchísimos hombres y mujeres han respondido al llamado de Dios a ser santos, han practicado en forma heroica las virtudes cristianas. La santidad es la coherencia entre el mensaje que proclamamos, que está en el Evangelio, y la vida de cada día. La Iglesia, al constatar el testimonio de los santos, los propone al pueblo de Dios para que sean imitados, venerados e invocados.

Las “reliquias” de los santos o santas, beatos o beatas, pueden ser: INSIGNES: son el cuerpo entero, la cabeza, los huesos de un brazo, de una mano, de una pierna; NOTABLES: son partes importantes del cuerpo pero que no constituyen un miembro completo; MÍNIMAS: son partecitas pequeñas de las reliquias insignes o notables, pedacitos de tela u otros. Las reliquias de Monseñor Romero que están siendo veneradas en las parroquias son “mínimas” y nos recuerdan que estuvieron asociadas al santo.

Recordemos a la mujer enferma que acudió a Jesús y le tocó su manto: “Habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: “Si logro tocar, aunque solo sea sus vestidos, me salvaré”. Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal”. (Marcos 5,27-29). Ella no tocó el manto por el valor intrínseco que pudiera tener, sino por tocar a Jesús, tenía fe. De la misma forma, tocamos las reliquias y las veneramos, no por ellas mismas, sino por el santo al que representan.

Toda reliquia se “venera”, no se “adora”. Adoramos solo a Dios. Deben estar documentadas por la autoridad eclesiástica competente. La veneración es algo que se ha practicado en la Iglesia desde hace mucho tiempo. Se nos pide expresarles nuestro respeto con algún acto externo de los que caracterizan la piedad popular. No es ninguna falta de respeto a Dios. Es simplemente reconocer que el santo o la santa, el beato o beata, al que perteneció la reliquia fue un modelo de vida cristiana digno de imitar.

Deben ser gestos dignos y sencillos que nos lleven a evitar toda superstición. Un signo podría ser besarlas o tocarlas con honor y respeto. La piedad popular de nuestra gente es muy sencilla y cuenta con muchas manifestaciones que expresan el sentimiento del corazón y el deseo de querer imitar las virtudes del beato, santa o santa que se venera. Acojamos las reliquias con respeto y exaltemos los méritos y el testimonio de nuestros santos y mártires como Monseñor Romero.

*Sacerdote salesiano.