Querida Patria:
Este mes no colocaré la Bandera en mi hogar, ni decoraré de azul y blanco. Mis acciones y omisiones me hacen poco merecedor de rendirte el tributo acostumbrado en el Mes de la Independencia.
No habrá Bandera en mi hogar, porque no me he preocupado por la situación económica y social del país. Simplemente he sido quejas y quejas. La política… no. No vale la pena ensuciarse. ¿Para qué intentar hacer algo, si siempre es lo mismo?
No habrá Bandera en mi hogar porque poco me ha importado acatar tus leyes y reglas. He hecho lo que se me da la gana cuando manejo, he tirado basura en las calles, he buscado los vacíos legales para sacar el máximo provecho y vivirlas a mi conveniencia. Si este es el país de los más vivos y el que se duerme no avanza. ¿De qué sirven las leyes, si todo mundo las irrespeta?
No habrá Bandera en mi hogar, porque he sido indiferente al sufrimiento ajeno, no he ayudado a los más necesitados y he perdido la sensibilidad ante la violencia y la inseguridad. He reducido la solidaridad a un simple dar sin involucrarse, a un asistencialismo con una alta dosis de vida social.
¿Realmente vale la pena sacrificarse por otros si yo no me beneficio?
No habrá Bandera en mi hogar, porque solo me he quejado de lo poco que me das y de lo mal que estamos. Prefiero huir de este país, antes de intentar hacer algo y poner de mi parte para cambiarlo.
Por acomodado e irresponsable he ignorado que en mis acciones radica buena parte de lo tú puedes hacer por mí. Es cierto: lo que sembremos cada uno de los salvadoreños, eso cosecharemos. Patria no es un ente impersonal. Patria es la suma del “yo”, cuyo resultado es un “nosotros” de responsabilidades compartidas.
Por eso me comprometo, querida Patria, a demostrarte mi cariño y aprecio con obras que te hagan sentir gloriosa, que te enaltezcan y que enorgullezcan a nuestros hijos y nietos por el país que sus antepasados les han dejado. Únicamente así me sentiré digno de volver a ostentar tus colores y símbolos, de cantar tu Himno y pronunciar la Oración a la Bandera. Sería hipócrita, sentimentalista y cómodo si pensara que ser un buen salvadoreño consiste en apoyar a la Selección, gustar de la comida típica o utilizar determinadas palabras y dichos.
Debo trabajar en lo poco y en lo mucho. ¡Hay mucho camino por delante! Para no perderme ni rendirme, iniciaré por lo pequeño. Todo el mundo trata de realizar algo grande, pero sin darse cuenta de que la vida se compone de cosas pequeñas. Si algo necesita este país son héroes de lo cotidiano, mujeres y hombres comprometidos en su actuar por un mejor El Salvador.
Patria, este año lucharé por ser un mejor ciudadano y por eso me informaré sobre lo que está ocurriendo en lo político, económico y social. Al acercarse las elecciones, me comprometo a vencer la comodidad y exigir a los futuros candidatos a que cumplan sus promesas y a colaborar en el rompimiento de una sociedad absurdamente polarizada. De la indignación pasaré a la acción.
Respetaré todas tus leyes, evitaré ser un aprovechado y me sentiré avergonzado si las incumplo aun cuando no reciba reproche o castigo. Especialmente pondré empeño en cumplir el reglamento de tránsito, manejaré decentemente y seré cortés. Denunciaré, además, cualquier acto de corrupción, los cuales corroen a una nación y la hacen frágil. De la sinvergonzonería, pasaré a la honestidad.
Procuraré hacer bien mi trabajo, con detalle y a conciencia, respetando los horarios por los que me pagan y dando el extra cuando sea necesario. Seré puntual en mis deberes, pero también en las aparentes nimiedades de la jornada. De la pereza pasaré a la laboriosidad.
Me preocuparé por mis demás hermanos salvadoreños, primero por mi familia y por los más desfavorecidos. Del egoísmo pasaré a la generosidad.
Me avergüenzo de haber sido un salvadoreño poco ejemplar —como tantos otros— que tenemos mal a este país por nuestro mal obrar. En un año, espero ser un digno hijo tuyo y llevar orgullosamente tu Bandera.
Con cariño,
un salvadoreño cualquiera
*Periodista.
jgarciaoriani@gmail.com