Que nuestros jóvenes sigan soñando

Queremos ser positivos y pensar que todo este proceso, además de cumplir con una promesa de campaña del ahora presidente, está encaminado a buscar una solución legal y definitiva para estos jóvenes.

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Por Mirna Navarrete

14 September 2017

La decisión del presidente de los Estados Unidos para eliminar el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) ha dibujado sorpresa, tristeza y ansiedad en unos 30 mil jóvenes de origen salvadoreño y sus familias, que se habían acogido al mismo.

Y si bien el presidente argumentó la necesidad de que el Legislativo por fin provea una respuesta a la incertidumbre jurídica que enfrentan los jóvenes amparados en el DACA, la sola posibilidad de que ésta pudiera ser negativa ya está jugando un papel determinante en el comportamiento de los jóvenes y su entorno.

En el caso de El Salvador es fácil imaginar que la mayoría de jóvenes que gozaron de las ventajas de DACA han sido protegidos de tener un final desastroso, como lo es para otros miles que al tener que hacer su vida en El Salvador actual, apenas tienen la oportunidad de coronar la primaria, eso si no son seducidos o asesinados antes por las maras.

Los protegidos por el DACA llegaron de forma ilegal e involuntaria, fueron sus padres los que les llevaron huyendo del holocausto que viven nuestros niños y jóvenes, un holocausto en el que mueren desmembrados, asesinados brutalmente por las pandillas, huyendo de la triste realidad de un país sumergido en la inseguridad y la falta de oportunidades.

El efecto de la suspensión de tan importante programa ya se siente en algunos lugares, donde los jóvenes se están viendo obligados a renunciar a algunos de los privilegios que amparados en el mismo gozaban.

Por el momento, el sueño americano se ha convertido en una pesadilla. Muchos de nuestros soñadores se han visto obligados a dejar sus centros de estudios a los que ingresaron con becas gracias a sus promedios sobresalientes.

Este es el caso de Antonio, un joven talento, prometedor que salió de su Patria buscando una oportunidad de vivir y reencontrarse con su familia. Una mente brillante que encontró en esas tierras las puertas abiertas para desarrollar su potencial y la aprovechó al máximo y que ahora huye como si fuera un delincuente, por miedo a ser devuelto a un país en donde lo que le espera es la violencia, el hambre y el desempleo.

Porque el drama humano que significaría para jóvenes como Antonio, una deportación, va más allá de eso, porque no solo se trataría de la inevitable desintegración familiar, sino además el colocarlos en un país que a estas alturas les es totalmente desconocido y que, siendo realistas, no les ofrece una buena oportunidad para educarse.

Queremos ser positivos y pensar que todo este proceso, además de cumplir con una promesa de campaña del ahora presidente está encaminado a buscar una solución legal y definitiva para estos jóvenes; sin embargo, este hecho pone sobre el tapete la triste y dolorosa realidad que actualmente vive nuestro país, donde las oportunidades para nuestros jóvenes y niños son prácticamente nulas y es precisamente esa situación la que obliga a los padres de familia a buscar un mejor futuro para los suyos, en un país que es próspero y que se ha caracterizado por dar espacios a extranjeros, entre ellos a nuestros hermanos lejanos.

Dios quiera que el Congreso tenga en cuenta que muchos de nuestros soñadores son gente buena que ha sabido aprovechar las oportunidades y se ha superado, convirtiéndose en estudiantes destacados, en trabajadores incansables, gente que desea producir y hacer crecer a una nación que les extendió su mano amiga, cuando más lo necesitaron.

*Diputada