Llama la atención que La Embajadora de Estados Unidos, Jean Manes, ha estado insistiendo en su cuenta de Twitter sobre la necesidad de acuerdos políticos para superar la crisis fiscal en el país. En el primer mensaje señala que “es indispensable que se trate de manera efectiva la sostenibilidad fiscal en El Salvador y esto se logrará si hay acuerdo entre todos los sectores”.
Un segundo mensaje advierte: “Los inversionistas necesitan la certeza que El Salvador tome muy en serio las acciones de corto y largo plazo para resolver problemas fiscales”. Y remata: “La actual crisis fiscal está provocando daños innecesarios en la economía de El Salvador y en situaciones como estas no hay ganadores”. Todo apunta que el país del Norte que principalmente fondea estos lares nos pone los puntos sobre las íes, indicando lo que tenemos que resolver.
Pero todo parece que lo más importante para la clase política es trabajar para ganar la batalla mediática con fines electorales. Y es difícil integrar a los sectores si el Gobierno siempre está echando culpas a otros de sus miserias. Y de las ideas que aplican para resolver la crisis, no logran consensuar nada.
Un diálogo productivo sólo será posible trascendiendo los intereses partidarios. La competencia entre partidos políticos debería ser un mecanismo de debate democrático sobre prioridades y asuntos nacionales, pero una vez finalizadas las elecciones, los políticos deberían encontrar una forma de cooperar y apoyar la gobernabilidad para beneficio de todos.
Cada iniciativa de diálogo tiene su propósito propio, el que se ajusta a cada situación, a cada problemática, para resolver una necesidad en particular. En ese sentido, no es conveniente crear brechas crecientes en la eficacia de la gobernabilidad que debilite la confianza pública y el apoyo a las instituciones, dado que muchos de los problemas más apremiantes siguen en gran medida sin tratarse. Como el fiscal, la leyenda de eliminar la dolarización, las pensiones, etc.
Por otro lado, dirigentes de gremiales, tanques de pensamiento y sociedad civil, expresan preocupación por la ausencia de planes del Ejecutivo, ante la creciente falta de empleo y la amenaza de nuevos tributos.
La capacidad de desarrollar una agenda para una acción conjunta, más allá de simplemente aprender a entenderse, sobre todo entre los partidos políticos y entre los funcionarios, debería tener la voluntad para desarrollar planes y programas que atiendan las necesidades de la sociedad en su conjunto. Cuando ello se hace bien, el desarrollo de dichos planes genera consensos en torno a las propuestas y permite una alineación que respalda las medidas sugeridas. Esto es esencial para garantizar el apoyo y la cooperación por parte de los actores nacionales, como las organizaciones empresariales y de trabajadores, los tanques de pensamiento y la sociedad civil.
Además, cuando la agenda tiene una visión positiva de hacia dónde se guiará a la Nación, hay mayores posibilidades de que pueda sostenerse a pesar de los cambios en liderazgos políticos. Por el contrario, los diálogos ocasionales que vemos en la actualidad han sido poco productivos, especialmente cuando las ideas sectarias se imponen sin la búsqueda de coincidencias. La Presidencia de la República debería asumir el liderazgo en esto, estar con la gente, abriendo horizontes. Pero debe persuadir de que esa es la real decisión, que no es discurso.
Pero en la realidad, pura y dura, estos encuentros no han reunido las características mínimas para propiciar un diálogo genuino, sino que han desprestigiado este mecanismo, decepcionando a los diversos actores y cerrando espacios valiosos para lograr acuerdos de país.
Oremos mucho a Dios, que no caigamos en diálogo de sordos. La gente no se lo merece. Oigamos los consejos del Tío Sam.
*Columnista de El Diario de Hoy
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