Los difuntos en el recuerdo de sus seres queridos

"Una lágrima se evapora, una flor sobre mi tumba se marchita, mas una oración por mi alma la recoge Dios. No lloréis, amados míos, voy a unirme con Dios y los espero en el cielo...".

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29 October 2016

Noviembre se inicia con una celebración alegre y optimista: la Fiesta de Todos los Santos, una celebración muy arraigada en el corazón del pueblo cristiano. Ellos forman una muchedumbre innumerable. Viven en la presencia de Dios y en comunión con nosotros. Son los bautizados de todos los tiempos, de todas las razas, pueblos y naciones que han muerto en amistad con Dios. Son nuestros antepasados, conocidos o desconocidos. Ellos también son santos, aunque no estén en los altares.

Esta celebración está muy unida al Día de Difuntos. Miles de personas desfilan por los cementerios con sentimientos encontrados. Llevan flores y rosarios en sus manos. En diversos lugares salen a flote hermosas tradiciones que el pueblo sabe aprovechar. Es un día de fe y esperanza cristiana en la vida eterna. Como humanos sentimos la separación de los seres queridos, pero ante el dolor y la muerte, siempre hay una luz de esperanza y de consuelo. Creemos en un Dios que ha sufrido y ha muerto, pero, sobre todo, creemos en un Dios que ha resucitado y que ahora vive junto a nosotros. Él también ha experimentado las dificultades y dolores de la vida humana.

El Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por San Juan Pablo II, nos enseña que "los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo" (1030). La Iglesia nos invita a rezar por ellos. Esta práctica es sumamente antigua, el pueblo judío también lo hacía. El libro de los Macabeos hace referencia a ello: "Mandó Judas Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados" (2Mac. 12, 46).

La Iglesia desde un principio ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor. Las misas, rezos, novenarios, limosnas, indulgencias y otras oraciones tienen esa finalidad. Santa Mónica, al morir su hijo San Agustín, le pidió que no se olvidara de ofrecer oraciones por su alma. 

No hay que dudar de la posibilidad de socorrer a los que han partido ofreciendo plegarias por ellos. Algunos opinan lo contrario, pero la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, cree, enseña y predica que según las Sagradas Escrituras el "Purgatorio" existe. Es en este lugar donde las almas se purifican de la pena temporal merecida por los pecados, auxiliadas por las oraciones que ofrecen los que están vivos. Ningún alma puede entrar a la visión de Dios si no está purificada. 

En estos días son miles las personas las que van a los cementerios. Es una buena costumbre. La visita a los camposantos no es solo para llevar flores o pasar unos momentos ante las tumbas. Visitamos los cementerios para hacer oración por los difuntos. No olvidemos las sabias palabras de San Agustín: "Una lágrima se evapora, una flor sobre mi tumba se marchita, mas una oración por mi alma la recoge Dios. No lloréis, amados míos, voy a unirme con Dios y los espero en el cielo. Yo muero, pero mi amor no muere, yo os amaré en el cielo como los he amado en la tierra". Que descansen en paz. 

*Sacerdote salesiano