Dialogar es una muy buena forma de encontrar soluciones a los conflictos que, de cuando en cuando, ocurren entre dos personas o instituciones. Eso sí, no se puede conceptualizar al diálogo como una finalidad en sí misma; se trata simplemente de uno de los múltiples medios que existen para brindar solución a los conflictos.
El diálogo sincero y desapasionado es siempre un mecanismo recomendable para brindar solución a los conflictos de cualquier naturaleza; el problema ocurre cuando la posición de una de las partes no puede ser negociada, o bien, cuando se recurre al diálogo como una mera estrategia para ganar tiempo mientras se desarrollan acciones alternas para debilitar la posición de nuestro contrincante.
¿Cuándo la posición de las partes es legítimamente “no negociable”? Cuando resulta que esa parte tiene razón por estar su posición amparada en la ley o no puede ser negociada por generar daños ilegítimos a los derechos de terceros o del mismo negociador. Por tanto, ¿se puede someter cualquier conflicto a diálogo? La respuesta es no. No siempre se puede. Existen ejemplos claros respecto a ello. Supongamos que tú te vas de viaje con toda tu familia y cuando regresas a tu casa, encuentras a otra familia instalada en ella: utilizando tus bienes, tus muebles, tus vehículos, comiendo de tu despensa, etc. Cuando tú llegas y reclamas solicitando la desocupación inmediata del invasor, ¿sería aceptable que éste te contestara: “mire, por favor, cálmese, dialoguemos, yo estoy seguro de que podemos llegar a acuerdos razonables. ¿Por qué no puedo quedarme a vivir en la mitad o la tercera parte de su casa”? La postura simplemente sería inaceptable y la invocación al “dialogo” sería un recurso improcedente, ya que la posición del reclamante (en este caso, tú, como dueño de tu casa), está plenamente amparada por la ley.
Tampoco se puede dialogar para buscar encontrar un “punto medio”, cuando la otra parte claramente está en un error. Si un profesor preguntara a una clase cómo se llama la capital de El Salvador y un alumno dijera “San Salvador” y otro dijera “Ahuachapán”, no es viable que el profesor sugiriera: “miren, dialoguen, pónganse de acuerdo. Tal vez puedan acordar que sea algo en medio, quizás “Santa Ana”. Y es que cuando una persona tiene la verdad (comprobable) o la razón (justificada), no es posible “negociar” las posiciones, ya que ese equivaldría a renunciar a la verdad o a acomodarla al error.
Finalmente, tampoco resulta viable dialogar cuando claramente la otra parte está recurriendo al mecanismo para “ganar tiempo”, a efecto de debilitar la posición del contrario. Los partidos y políticos de izquierda en el Continente han sido expertos en solicitar “diálogos” como estrategias para únicamente ganar tiempo mientras se debilita la posición del contrario. Mientras el Gobierno electo democráticamente en El Salvador dialogaba en 1989 con la guerrilla comunista del FMLN, ésta preparaba y posteriormente ejecutaba su “ofensiva final” procurando la toma violenta del poder mediante las armas. Mientras el Gobierno de Colombia dialogaba con las FARC, esta continuaba con asesinatos de militares y policías, y secuestrando ciudadanos para financiar con sangre su narcoterrorismo. Ahora es el turno del gobierno ilegítimo de Venezuela.
No es fácil entender cómo, al día siguiente de la sesión especial de la Asamblea Nacional donde se declara en desacato a un gobierno que ha violado sistemáticamente la Constitución venezolana y se acuerda iniciar un juicio político al presidente de la República que lo conduciría a su destitución, una serie de “facilitadores” se disponga a salvar la vida del régimen, para iniciar un “diálogo” que más parece diseñado para salvar lo que queda del oscuro legado de Chávez, que para beneficiar realmente a la sufrida población venezolana.
Es inconcebible cómo los promotores del diálogo, los cuales incluyen a altos jerarcas de la Iglesia Católica, hayan ignorado a partidos y sectores de oposición que se enteraron -como todo el mundo- de las intenciones de dialogar, a través de los medios de comunicación. Sectores con amplia representación ciudadana, que les daba derecho de expresar su posición, no fueron consultados y se les impuso en consecuencia un “diálogo” que bajo esas circunstancias, más que conversación sincera entre oponentes que buscan encontrar un acuerdo, parece que son simples susurros en la oscuridad a puerta cerrada, mientras se le brinda oxígeno al régimen para continuar con la sistemática violación de los derechos humanos de los ciudadanos venezolanos.
Un diálogo impuesto no es diálogo; es simplemente una nueva acción de fuerza bruta de una tiranía agonizante, ahora rodeada de curiosos amigos que no la quieren ver morir.
*Abogado, máster en leyes.@MaxMojica
Susurros en la oscuridad
No es fácil entender cómo, al día siguiente de la sesión especial de la Asamblea Nacional, donde se declara en desacato a un gobierno que ha violado sistemáticamente la Constitución venezolana, se disponga a salvar la vida del régimen.
30 October 2016