Amilton Esaú vivió tres años sin un padre y murió decapitado el mismo día que su madre: el Jueves Santo del año 2011; mientras los cristianos católicos conmemoraban la última cena de Jesús.
Lo hallaron al fondo de una quebrada en la Comunidad del Movimiento Auténtico Indígena Salvadoreño en Tonacatepeque y lo enterraron como “desconocido” en el Cementerio La Bermeja, en un sepulcro para desconocidos: donde yacen más de 500 osamentas, incluida su madre, Guadalupe.
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A las dos de la tarde, del 20 de abril, vecinos de la colonia Niño de Atocha vieron a Guadalupe caminar presurosa junto a Esaú. La joven seguía desesperada a Gregorio, quien llevaba a una bebé, hija de ambos. Salieron con varios maletines y bolsas. No era raro verlos partir. “Quizá van a pasar algunos días donde la familia del hombre”, decían en el vecindario de Guadalupe, donde no querían a Gregorio porque vivía “en zona contraria” a esa comunidad con presencia de la Mara Salvatrucha.
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La madre de Guadalupe murió cuando esta tenía seis años. Un tío materno se responsabilizó de su crianza. A los trece años de edad, vivía en una cárcel para menores. Esaú nació en esa cárcel.
No era extraño que Guadalupe se ausentara varios días. Razón por la que transcurrieron las horas y los días y nadie la echó de menos. Los vecinos supieron de ellos hasta que Guadalupe y Esaú fueron hallados en una quebrada en Tonacatepeque, decapitados. Medicina Legal indicó que a Esaú le golpearon la cabeza y lo decapitaron con un machete. A su madre la amordazaron con un pañuelo azul. Le mutilaron los senos y le hirieron los genitales. Guadalupe estaba tirada entre hojarascas y a Esaú lo hundieron en una poza.
Mientras los cuerpos estaban en Medicina Legal, Gregorio andaba en su barrio y a la bebé de ambos nadie la había hallado.
Interactúa con el mapa. Las cruces son los municipios con más enterrados como desconocidos. Los signos azules son los municipios con más desaparecidos.
La Fiscalía y la Policía tildaban a Gregorio de ser pandillero del Barrio 18. Pese a que fue apresado, cinco meses después del hallazgo de Esaú y su madre, fue liberado. Gregorio Aquino era miembro del Comando de Fuerzas Especiales de la Fuerza Armada y desertó de la institución castrense luego del homicidio. Para entonces, la Policía desconocía al asesino o asesinos de Esaú y de su madre; cuyos cuerpos, aunque fueron reconocidos terminaron enterrados como desconocidos en La Bermeja.
El Diario de Hoy obtuvo una base de datos de salvadoreños enterrados en fosas comunes desde 2009 hasta 2016. Un 1 % de esos cuerpos fueron enterrados en fosas comunes pese a haber sido identificados. Del 99 % restante, se desconocen sus nombres. A Esaú y a Guadalupe los identificaron porque Guadalupe tenía tatuado en el brazo “Alberto Esaú G”; eso sirvió para que el tío que la crió reconociera el cadáver; pero fue él quien decidió que fueran enterrados en una fosa común en La Bermeja. En los últimos siete años, 2,177 personas fueron enterradas en fosas comunes. Solo en el cementerio La Bermeja hay más de 500.
En 2011 Apopa, municipio de donde Jocelyn desapareció, fue el tercer municipio con la tasa más alta de cadáveres hallados sin identificar por cada 10 mil habitantes.
En 2016, los municipios con las tasas más altas son: Jicalapa y Huizúcar en La Libertad; San Francisco Morazán en Chalatenango, Nuevo Edén de San Juan en San Miguel y San Salvador.
Al final de uno de los senderos del cementerio La Bermeja hay una cruz blanca que dice: “Fosa 40. Cuadro de adultos gratis”. Este es uno de los sepulcros donde yacen desconocidos y otros cuerpos que, aunque sus familiares los identificaron decidieron que fueran sepultados ahí. Solo viejos arbustos separan esas tumbas de quienes pagaron un espacio en el camposanto.
La mitad de los enterrados como “desconocidos” tenía entre 16 y 35 años. En ese mismo rango de edad se acumula el 67 % de las víctimas de los homicidios ocurridos entre enero de 2009 y diciembre de 2016. En ese lapso, la PNC recibió reportes sobre 11,252 personas desaparecidas. Siete de cada 10 tenían menos de 30 años.
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Las cifras parecen indicar que ser niño, adolescente o joven, en El Salvador, implica lidiar con la posibilidad de terminar asesinado, desaparecido o enterrado como desconocido.