¿Olvidaron la patria por el buen vivir?

Funcionarios que fracasan en el desempeño de sus funciones ahora se reciclan de nuevo, hecho que denota que hay más preocupación por ayudar al “compañero” que por resolver los problemas del país.

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31 August 2016

A mediados del siglo pasado en el ambiente del único centro de educación superior que existía en ese entonces, decir que fulano y mengano eran revolucionarios significaba que eran estudiosos de la filosofía, tenían mentalidad innovadora y de avanzada en el campo social y eran capaces de darlo todo por cambiar la historia del país.

Exudaban sensibilidad social, respeto por los valores universales incluyendo por supuesto los derechos humanos y eran más inclinados por la literatura, música y artes que por los deportes. En las pláticas y tertulias de cafetín siempre salía a relucir su tendencia por considerar el marxismo como la única vía para llevar felicidad y bienestar a los trabajadores y campesinos “explotados por los terratenientes y oligarcas”.

La oratoria exuberante de algunos de ellos en plaza pública, la propaganda y los estribillos que coreaban en las marchas callejeras hicieron creer a mucha gente sencilla y de pocas letras que el día que la izquierda alcanzara el poder iban a desaparecer las desigualdades, se acabaría la pobreza y habría oportunidades para todos. Y como era de esperar tildaban al gobierno de incapaz, nepotista, corrupto, antidemocrático y represivo.

Tres o cuatro décadas después, la ciudadanía se pudo convencer que, salvo escasas excepciones, los revolucionarios no se diferencian mayor cosa del resto de políticos que utilizan las masas populares para alcanzar sus objetivos, que hay mucha “paja gruesa” en su discurso y también han caído en la cuenta que cualquier organización cívico política revolucionaria o no, que pretexta cambios para favorecer al pueblo, lo hace nada más para apoderarse del botín del estado mientras no se comprueba lo contrario. ¡No hay tales de trabajar por el bien común, sino por el buen vivir pero de los políticos! ¡Basta ver los sueldos que se recetan los dirigentes y funcionarios y las migajas que le dejan caer a la militancia!

Ahora los revolucionarios hacen lo que antes criticaban en los gobiernos evidenciando una doble moral que por cierto ha desencantado a muchos simpatizantes y seguidores y por si fuera poco, se identifican y expresan afinidad por gobiernos autócratas, represivos, antidemocráticos y militaristas. A la oligarquía de derecha que ellos tanto atacaban en el pasado en la actualidad se suman la oligarquía de izquierda de nuevo cuño y graves señalamientos de enriquecimiento ilícito, clientelismo franco y disfrazado, vinculaciones con la delincuencia y hasta maniobras para encubrir desaciertos, delincuentes y felonías.

Los antiguos funcionarios cuestionados renunciaban o eran separados del cargo, ahora se hacen los sordos, son protegidos o reaccionan haciéndose los gatos bravos pero sin demostrar su inocencia. Funcionarios que fracasan en el desempeño de sus funciones ahora se reciclan de nuevo, hecho que denota que hay más preocupación por ayudar al “compañero” que por resolver los problemas del país.

En los tiempo modernos escuchar que la fulanita y perencejo son revolucionarios causa más consternación que expectación porque se les identifica por su tendencia a vivir bajo la sombrilla del presupuesto de la nación, llevar gente sin experiencia y sin formación académica a altos cargos (En menos de siete años han hecho que las finanzas públicas toquen fondo), más desordenados que organizados y más inclinados por el empirismo que por las ciencias y tecnología.
  

*Colaborador de El Diario de Hoy.