Hato Hasbún: demasiado pronto, demasiado lejos

Su capacidad de diálogo, su agudeza política o su talante constructivo sin igual dejan algo huérfana a la política del país.

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Por Mirna Navarrete

31 August 2017

Hay una preciosa canción de triste letra en España, una sevillana, que reza así: algo se muere en el alma, cuando un amigo se va. Escribo estas líneas apenas unos minutos después de recibir la triste noticia del fallecimiento de Hato Hasbún, Secretario de Gobernabilidad de El Salvador. Y amigo mío. Todavía no puedo creérmelo. En realidad, si las cosas hubieran ido como previstas, algo que en realidad ocurre rara vez, hoy yo debería haber estado cenando con Hato, riéndome de sus chistes, en algún restaurante italiano de la ciudad. Él posiblemente habría pedido una pizza con anchoas (doble de anchoas). Pero yo no pude viajar a El Salvador, y Hato nos dejó para siempre.

Hatillo, como lo llamaban muchos amigos, pertenecía a esa clase de personas que desbordan vitalidad, sentido del humor –era uno de los mejores contadores de chistes que jamás he conocido–, inteligencia y visión.

Incansable conversador, político dialogante, de las pocas personas en el mundo que podían alardear de muchos y buenos amigos. Maravilloso y dedicado esposo y padre, hijo devoto que todos los domingos visitaba, cual si fuera su religión, a su centenaria madre. Se nos va uno de los grandes.

Además de horas y horas de conversaciones con otros amigos de El Salvador, siempre intentando contribuir de manera positiva a buscar soluciones, con Hato me unía un vínculo muy especial, un amor irracional (¿acaso no lo son todos?) hacia su otra gran devoción casi religiosa: su adorado Barça. En su pequeña libreta llena de desordenadas notas escritas a lápiz con letra diminuta tenía apuntadas las fechas y horas de todos los partidos del Barça de todo el año, como citas inexcusables que no interrumpían ni las grandes reuniones (estaba en todas las salsas, como si tuviera el don de la ubicuidad) ni las llamadas –con sonido del himno de su amado equipo– de su secretaria Claudia, de ministros o embajadores, ni siquiera de presidentes. No puedo morirme sin ver a Messi en el Camp Nou, siempre me decía, señalando la foto o la camiseta del astro argentino que presidía su despacho. Y a fe que no lo hizo. Tuve el privilegio y el inolvidable placer de acompañarlo al estadio del FC Barcelona, invitado de honor por el club de sus amores, y juntos gritamos los goles de Messi, cuyo retrato fue testigo de tantas confidencias hechas alrededor de un café expreso. Era un hombre afortunado, pues en tan solo dos partidos su equipo le regaló hasta once goles, varios de su ídolo. “Ya llegó, ya llegó, el Messías ya llegó”, coreábamos con la irreverente multitud. Y presenció la mayor remontada de la historia del fútbol. Nunca olvidaré su cara de felicidad, casi llorando de emoción, y sus palabras que ahora resuenan en mi memoria como anuncio de que había tocado el cielo con los dedos: ya me puedo morir tranquilo.

No debería de haberlo hecho tan pronto. Y no de esta manera tan repentina. Su capacidad de diálogo, su agudeza política o su talante constructivo sin igual dejan algo huérfana a la política del país. Su magistral sentido del humor, el sonido de su risa, sus desternillantes chistes (adónde irán sus miles de chistes, me preguntaba desolado un amigo a miles de kilómetros), pero sobre todo su capacidad de amar y respetar a todos sin prejuicios ni vendas en los ojos, nos harán falta a todos. Te fuiste demasiado pronto y demasiado lejos, amigo mío.

Descansa en paz.

  • Jaume Segura Socias

    Diplomático

    Exembajador de la Unión

    Europea en El Salvador