Emigrar para sobrevivir, o no

Quien arriesga tanto a sus hijos es porque no le queda opción: mejor morir intentando alcanzar un sitio seguro, que hacerlo bajo las balas de los sicarios.

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02 September 2016

El flujo incesante de niños y adolescentes rumbo a los Estados Unidos tiene detrás dos bestias insaciables: una importante y persistente pobreza, y los altos niveles de criminalidad imperantes. Quien arriesga tanto a sus hijos es porque no le queda opción: mejor morir intentando alcanzar un sitio seguro, que hacerlo bajo las balas de los sicarios.

Para evitar la emigración irregular hay dos caminos: actuar directamente sobre ella y extremar las medidas en una extensa y porosa frontera, o incidir positivamente en las condiciones económicas y de seguridad en su lugar de origen, de modo que a fin de cuentas no sea tan “necesario” emigrar (huir) por causa de la violencia. 

Honduras nos lleva la delantera. Ha logrado disminuir la emigración por medio de la reducción de los índices de criminalidad. Una parte importante de ese trabajo la llevan a cabo los llamados Centros de Alcance (CDA), estructuras comunitarias que son parte del programa Alianza Joven Honduras-USAID. Se trata de adecuar las instalaciones que se requieren y proveer los elementos necesarios, desde computadoras hasta altavoces, material didáctico, deportivo, vestuario, etc., además de facilitar la contratación de personal especializado. La contraparte local se encarga de la gestión de los CDA, del reclutamiento de los menores beneficiados, y de la coordinación del trabajo de los voluntarios. 

Gracias a esas iniciativas, y a la acción más eficaz de la policía, el país vecino ha logrado que la tasa de homicidios descienda de los noventa por cada cien mil habitantes que tenían en 2012, a los sesenta que presentaron a principios de este año. Según reporta un reciente artículo de The New York Times.

La iniciativa está enfocada en los jóvenes con mayores posibilidades de integrar pandillas. En Honduras, como aquí, los niños y adolescentes están en un riesgo muy alto de ser reclutados. No solo por la acción directa de los pandilleros, sino también por el prestigio y modelo de éxito que presentan a sus ojos. ¿Cómo explicarle a un niño proveniente de una familia rota, con condiciones económicas y afectivas verdaderamente precarias, que la falsa seguridad y acogida que le presenta el espejismo de integrarse a la pandilla, es en el mediano plazo un “regalo” envenenado?

En los CDA los muchachos reciben clases de música e inglés, refuerzo de asignaturas que cursan en las escuelas, etc. Aprenden a solucionar los conflictos por vía pacífica, y se les abren los ojos con respecto al engaño y a la esclavitud que implica la violencia.
 
Entre las actividades, el deporte ocupa un lugar privilegiado. En barrios y colonias se han limpiado y adecuado muchos campos de fútbol que se encontraban abandonados. Eran lugares en los solían amanecer cadáveres, y ahora se utilizan para ocupar el tiempo en actividades recreativas y altamente educativas. 

¿Y en cuanto a la reinserción social? “El cuello de botella surge al tener jóvenes dispuestos a redirigir su camino en forma propositiva, pero sin contar con oportunidades de empleo/autoempleo que les permitan salir adelante, y que encuentren como única salida regresar a los actos criminales para sobrevivir”, señala un testigo en el artículo citado. La respuesta, más que procurar que se empleen, ha ido por la línea de fomentar la propia empresa de estos muchachos, siempre a partir de los CDA. 

Por supuesto que el programa tiene detractores, y hay quienes opinan que tanta ayuda directa fomenta la corrupción y las rivalidades entre las mismas ONG… Sin embargo, si en 2014 los niños y adolescentes hondureños ocuparon el primer lugar en llegadas ilegales a Estados Unidos, ya en 2016 ocupaban el tercero. ¿Qué fue lo que cambió? Ahora hay esperanza, y por lo tanto, no hay que marcharse.

*Columnista de El Diario de Hoy. 
@carlosmayorare