La indiferencia de los titulares de Hacienda a las observaciones del sindicato de esa entidad en el sentido de colocar escaleras de escape y alarmas en el edificio, propició varias muertes, lo que el oficialismo ve como un asunto sin importancia pero que, de haber sucedido en un centro de trabajo privado sería motivo de escándalo, investigaciones y procesos.
Hay dos caras en esto de la seguridad ocupacional: por una parte el descuido de instalaciones en hospitales, oficinas públicas y todo lo que tiene que ver con “el Estado” es muy pobre, rayano en irresponsabilidad de la peor especie.
Y el más lustroso ejemplo de esto es lo que viene sucediendo en el Hospital de Maternidad, “obra” de Funes, que no sólo se muestra en tuberías mal puestas y que desparraman líquido, sino en la dudosa resistencia de las fundaciones, que en un sismo pueden ceder al peso que cargan.
En las empresas privadas sucede lo contrario: las inspecciones, interrogatorios al personal, revisión de extintores, etcétera, son frecuentes, se realizan con mal trato y por momentos llegan hasta las amenazas.
La diferencia entre un mundo, el estatal, y otro, el privado, es que mientras en las oficinas públicas nadie parece interesarse por su buen funcionamiento y sobre todo por la seguridad, en el sector productivo los más interesados en que las cosas funcionen bien y no haya peligro para nadie no sólo son sus dueños, accionistas y administradores, sino el mismo personal que reporta fallas o riesgos tan pronto se detectan.
Y esto es así por una razón: lo que no funciona bien es peligroso, causa contratiempos y gastos innecesarios.
El desorden es costoso pues afecta todos los procesos, desde producir con eficiencia hasta mantener posiciones ventajosas en el mercado.
Y de allí lo que los buenos empresarios y administradores acostumbra hacer: caminar fábrica, recorrer con frecuencia las instalaciones no sólo para corregir lo que no está bien, sino para hablar con el personal, enterarse de sus específicas dificultades y de lo que es su vida privada.
Una vieja historia cuenta de un comerciante cuyos negocios iban mal, que dispuso ir donde un santón en busca de ayuda.
El viejo oyó las quejas, sacó un bote con agua color azul y se la dio al comerciante, diciéndole que cada día dejara caer una gota en todos los rincones del negocio.
El comerciante siguió el consejo, descubriendo, a lo largo de sus recorridos, desorden, desperdicios, mercaderías descuidadas... y al ir de punto en punto se ocupaba de poner en orden las cosas y, como resultado, el negocio comenzó a florecer.
Hay funcionarios con tal insensibilidad
que provocan “la pena ajena”
Que fue en cierta forma lo que el expresidente coronel Molina llevó a cabo con su “gobierno móvil”, presentándose inesperadamente en dependencias públicas, revisando lo que se hacía... hasta que el país cayó en la locura de la “reforma agraria” y la creciente agresión de los izquierdistas.
Ese recorrer dependencia y hablar con la gente es lo que no hacen los actuales funcionarios, y en parte no lo hacen para no exhibir su desconocimiento sobre lo que tienen a su cargo.
Un periodista cuenta de un nuevo nombrado cuya ignorancia es de tal envergadura, que desde subalternos hasta gente del público la echa de ver de inmediato, sintiendo “vergüenza ajena”.