Es innegable que la humanidad ha avanzado, no solo en áreas como la ciencia y tecnología, sino también en la conciencia de los derechos del individuo. Atrás han quedado aspectos como el rechazo a otros por su raza, color, sexo o religión; de igual forma, el avance en la toma de conciencia de los derechos humanos, hace que el mundo civilizado se esfuerce en brindar un buen trato a prisioneros de todo tipo: desde el soldado del ejercito enemigo, hasta el delincuente común.
La mayoría de sociedades civilizadas ahora rechazan el “escarnio público”, ese acto en que los encargados de impartir justicia, exponían a los reos –incluso antes de su condena- para que la sociedad entera cebara su venganza en ellos. Era costumbre en el medioevo, pasear por los pueblos a las acusadas de brujería, desnudas, amarradas e indefensas, siendo objeto de insultos, burlas y golpes, mientras grandes y pequeños; niños, jóvenes y viejos, les arrojaban piedras, huevos y frutas podridas.
La retorcida idea de generar un espectáculo público con el acusado no es nueva. Las practicaban los severos profesores de principios de siglo, cuando pasaban a los estudiantes infractores enfrente de la clase, para burlarse de ellos frente a los alumnos. La practicaron asimismo los nazis con los judíos, al cocerles una cruz amarilla en las mangas de su camisa, y los comunistas en la revolución cultural de Mao, en donde era obligación de los “nuevos hombres”, burlarse públicamente de los que rechazaban el sistema, poniéndoles un cucurucho en la cabeza.
Saco a colación el tema por la situación que vivimos en El Salvador. Los operadores de justicia se dan a la tarea de denigrar al ciudadano que cae en sus manos y es objeto de una investigación. Cuando caen en las severas manos de la policía salvadoreña, todos son tratados con la más pura fiereza y severidad. Independientemente del delito, son esposados boca abajo y en algunos casos sin ropa, mientras el acto es contemplado por reporteros sedientos de noticias, que pronto son transferidas hacia las redes sociales para terminar de hundir al acusado, despojado de su dignidad y condenado anticipadamente por parte de la sociedad; esa misma sociedad que satisface su morbo con la historia de su captura, pero que rara vez se percata en los noticieros de su inocencia.
¿Será que los salvadoreños hemos generado una subcultura que se goza en la desgracia ajena? ¿Satisface nuestras propias frustraciones el sufrimiento generado por la captura de un infeliz a quien se le acusa de un acto delictivo? El salvadoreño parece tener una insaciable sed de venganza difusa y entre peor se trate a los capturados, mejor… hasta, por su puesto, cuando los capturados son ellos mismos o sus parientes.
Últimamente hemos visto cómo una valiente Fiscalía se ha atrevido a tocar a personas consideradas como intocables. Hasta ahí todo bien. Pero consiente como soy de los derechos humanos, me pregunto: ¿ayudó en algo al procedimiento exhibir a los imputados, sucios, despeinados, probablemente sin tener acceso a una ducha o a un cambio de ropa? ¿Sirvió de algo al procedimiento, exhibirlos en televisión nacional y en redes sociales humillados y privados de su intimidad no solo como personas, sino a la misma intimidad que como imputados merecen?
Creo que si bien es cierto la Fiscalía ha avanzado en la lucha frontal contra la impunidad, el respeto a los derechos humanos de los reos todavía sigue siendo una atarea pendiente tanto del Ministerio Público (Fiscalía y PNC), así como del Órgano Judicial. No sé si no se han enterado, pero ya no vivimos en la edad media.
*Abogado, máster en leyes.
@MaxMojica