Quien defiende la vida humana como principio no segmenta las existencias ni las jerarquiza con arreglo al valor que tengan para la sociedad o para un grupo poblacional. Las feministas de género sí establecen estas jerarquías porque creen que ciertas existencias, por estar más desarrolladas, tienen preeminencia sobre las vidas cuyo desarrollo apenas ha iniciado. Para estas ideólogas, la concepción es un hecho biológico que no obliga al reconocimiento jurídico y social de ese nuevo individuo de la especie humana; por tanto, definir qué se hace con el resultado de ese evento biológico es algo que puede ponerse, tranquilamente, en manos de una mayoría de legisladores.
Sin embargo, lo que se obtiene de someter a criterio de funcionarios el valor intrínseco de una vida humana es puro subjetivismo, ideología o arbitrariedad. La objetividad científica queda obviada o seriamente neutralizada. ¿Cómo se comprueba esta aseveración? Por la increíble gama de criterios que los políticos del mundo han usado para determinar, en sus respectivos países, cuándo la existencia humana recibe o pierde su reconocimiento jurídico.
En Holanda, por ejemplo, una mujer puede solicitar un aborto hasta las 24 semanas de gestación, igual que en Inglaterra; en España es posible interrumpir un embarazo hasta las 14 semanas, o las 22 bajo ciertas causales; en México, Brasil, Francia y Alemania, se reducen a 12 las semanas en que el aborto es legalmente practicable, mientras que en Portugal son 10. (Y la lista de alarga en este mismo tenor).
Ahora bien, ¿por qué existen semejantes disparidades a la hora de reconocer jurídicamente a un embrión humano? Porque no fueron los criterios objetivos de la genética, la biología celular o la embriología los que tuvieron preponderancia en la discusión política de estas legislaciones abortistas.
Retomemos el principio de la defensa de la vida humana y tratemos de compatibilizarlo con las arbitrariedades señaladas. Imposible: los absurdos saltan a la vista. El bebé que tiene reconocimiento jurídico en Alemania, por haber alcanzado 12 semanas de existencia intrauterina, en Holanda no sería considerado persona. En México, un embrión de 11 semanas y seis días estaría a merced de la legislación abortista, mientras que en Portugal, por haber superado el umbral de las 9 semanas y seis días, ya habría obtenido protección jurídica.
¿Quiénes se han atribuido, en cada uno de estos países, la decisión sobre la vida y la muerte de otros seres humanos? Esos funcionarios holandeses, alemanes, mexicanos y portugueses que, por azares del destino, discuten y hacen leyes desde sus mesas de trabajo. Ellos gozan de vida para permitirse establecer, alrededor de un intercambio de posturas y creencias, quiénes nacerán y quiénes serán privados de ese privilegio. Ni siquiera se han preocupado por uniformar parámetros con sus colegas en otras partes del mundo. Al final, como sus homólogos, las opiniones subjetivas o las ideologías han terminado ocupando el lugar que debería ocupar la ciencia, terreno fértil de la objetividad y la honestidad.
Los legisladores salvadoreños también recibirán, tarde o temprano, la oportunidad de definir de qué lado se encuentran en esta larga historia de falsedades, manipulaciones y arbitrariedades. Y tendrán que enfrentarse a la misma disyuntiva: o defienden la existencia humana como principio, o permiten que se introduzcan matices que justifiquen, en la práctica, supresiones a las vidas de otros.
Pero a nuestros legisladores hay que recordarles algo muy simple: quienes se hacen responsables de poner condiciones al reconocimiento y desarrollo de la vida, también se responsabilizan de las consecuencias que produce la alteración de ese principio. Hitler dispuso que una persona no merecía vivir si pertenecía a determinada raza; Stalin condenó a quienes cuestionaran su brutal liderazgo; en nuestros días, hasta la ONU quiere convencernos de que las circunstancias alrededor de un embarazo condicionan el respeto que debemos tener por las existencias ajenas. Es el mismo principio el que está en juego, aunque cambien las justificaciones e impere la desinformación.
*Escritor y columnista de
El Diario de Hoy.