“Les guste o no les guste se llama Puerta del Diablo”

El párroco de Panchimalco, de Puerta del Diablo a Puerta de Los Ángeles, el nombre le cambió, pero ante la población nunca jamás cuajó. Es que los salvadoreños somos alérgicos a los cambios de nombre.

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Por Inés Quinteros

21 August 2017

Contaba el hijo de Suchitoto, Alejandro Coto, que siglos atrás Cerro Chulul se llamaba un hermoso peñón, encima de Panchimalco, antes de que la gente le cambiara el nombre a Puerta del Diablo. Chulul, en nahuatl, quiere decir chulo, muy acertado nombre elegido por nuestros antepasados pipiles.

Desde su orilla, a 1,100 metros de altura, logramos una chula vista de pájaro del océano Pacífico. Giramos nuestra nuca a la izquierda y contemplamos el espejo de Ilopango y las chiches del Chichontepec. ¡Cómo dan ganas de enganchar una hamaca imaginaria entre el volcán de San Vicente y el Cerro Chulul! Mejor no; se nos puede enojar don Chapa, el cono perfecto que se mira más allacito y que últimamente anda con ganas de escupir fuego.

Si giramos nuestra nuca a la derecha, con largavistas, logramos ver el muelle del puerto. Si no, se vale imaginárselo cubierto de frutos de mar. “Buenos días, señoritas”, ahí saluda el ciego.

Maravillosa y poderosa la madre naturaleza. Contaba Alejandro (QDDG) que la Pacha Mama, con múltiples terremotos y avalanchas, a Panchimalco de luto llenó, razón por la cual el Chulul, en Puerta del Diablo se convirtió.

En tiempos más recientes cerrábamos el domingo con la vista alucinante desde la Puerta del Diablo. Antes, nos persignábamos con agua bendita en la joya de iglesia de Panchimalco; saboreábamos un sorbete de carretón, apreciando la capital desde el mirador de abajo; buscábamos la salida del laberinto con tufo a pipí, nos chollábamos en aquellos patines de Picapiedra, nos dábamos dos que tres pupusas donde la Patty y, de broche de oro, la puesta del sol en el océano Pacífico a nuestros pies.

El cielo pintado de naranja era la señal para dejar atrás la Puerta del Diablo porque, cuando oscurece, se convierte en “Altar a Satanás”, argumenta un grupito que anda con ganas de ponerle Puerta de Jesús.

“Les guste o no les guste se llama Puerta del Diablo”, afirma encachimbada la lorita Pepita con voz de Mauricio Funes.

Argumenta el grupito que si la Puerta del Diablo hablara, nos contara historias de terror: botadero humano, accidentes, suicidios, desastres naturales. ¡La casa de Lucifer! Puede ser, pero también nos contara historias memorables: el primer beso, piscuchas, ¡cielos de púrpura y oro!

Coincido con vos, Pepita. Te cuento que, en un acto de exorcismo, sobre la tierra donde nuestra célebre bailarina Morena Celarié su muerte encontró (1972), el párroco de Panchimalco, de Puerta del Diablo a Puerta de Los Ángeles, el nombre le cambió, pero ante la población nunca jamás cuajó.

Es que los salvadoreños somos alérgicos a los cambios de nombre. Para muchos el Inter sigue siendo Camino Real; ¿Cómo que a Cifco? Vamos a la Feria; ¿Hermano Bienvenido a Casa? ¡Hermano Lejano! ¿Por qué Sergio de Mello, Castellanos, Manuel Enrique, Hugo Chávez y D’Aubuisson? Se llaman Bulevar del Hipódromo, Venezuela, calle a Tecla, San Bartolo y San Antonio Abad.

Yo sigo corriendo y bailaré en el Golden Fest, en el Flor Blanca, no en el Mágico; sigo volando en TACA, no en Avianca; bajo por la Tercera, no por la Schafik Handal; cruzo en Kismet, no en La Curacao; siempre fui al Cuscatlán, no al Citi; puyo mi moto en la Diego de Holguín, no “la Monseñor”; despego de Comalapa, no del Óscar Arnulfo Romero y Gorrita.

¿Verdad que suena raro decir “Vamos a la Puerta de Jesús?”. Algún día, ojalá que sí, pero todavía no.

Anda un grupito que le quiere poner Garganta del Nuégado, y para defender su propuesta, subieron al feis la cara del profesor, esculpida, como lo están Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln en el Monte Rushmore, Dakota del Sur.

Anda otro grupito con ganas de ponerle Puerta Monseñor Romero, igualito que a la Diego y a Comalapa. ¡Necios! Con tal de que no le pongan Puerta Maduro…

¿Y a usted cuál nombre le suena? A mí siempre me ha sonado, y me seguirá sonando, Puerta del Diablo: un hermoso peñón encima de Panchimalco.

Dése un vueltín, vale la pena y, desde la cima, cuelgue su propia hamaca imaginaria. ¡Sí que es lindo El Salvador!

 

* Columnista de El Diario de Hoy.