A menudo se habla más de enfermedades que de salud y, en consecuencia, se piensa más en redes de nosocomios y consultorios que en proyectos dirigidos a las personas sanas para que no se enfermen. En efecto, en El Salvador se invierte mucho más en enfermos, que son los menos, y se invierte poco en la protección de los sanos, que son los más.
Comúnmente se interpretan mal algunos conceptos relacionados con la salud; por ejemplo, se señala como logro el incremento de las consultas prenatales en adolescentes como si eso significa atacar el problema. En realidad, expresa que el problema está en alza y es necesario revisar si los programas preventivos están fallando o se necesita intensificar y ampliar los anteriores en los grupos vulnerables.
No faltan los que dicen: “Hemos llevado más salud a la población porque las clínicas dentales han aumentado su producción en curaciones, obturaciones y extracciones”. Lo anterior solamente apunta a que la salud oral de la población se está deteriorando más y se necesita desarrollar más programas de prevención porque “el meollo del asunto no es sacar muelas sino salvarlas”.
Se inauguran nuevos establecimientos y se invierten cuantiosas sumas en recursos humanos, medicamentos y equipos como si se tratara de grandes triunfos cuando en la práctica es la aceptación y confirmación del fracaso, por una parte de los programas para mantener sana a la población, y por otra, la falla en los niveles primarios de atención. Prueba de ello es que los nuevos establecimientos pasan abarrotados de personas con problemas de salud que pudieron resolverse en otros lugares.
La atención no debería centrarse en disponer de más quirófanos y más camas hospitalarias para atender los cientos de lesionados en accidentes de tránsito sino en reducir los anteriores, porque es mucho más barato, se beneficia a más ciudadanos y hay menos sufrimiento, pero no a base de imponer esquelas sino con acciones inteligentes que hagan cambiar de actitud a los conductores. Obviamente para trabajar en este sentido se necesitan expertos y trabajo intersectorial, con imponer cientos de miles de esquelas no se llega a ninguna parte.
Tampoco se enfrenta el problema de salud de la insuficiencia renal crónica construyendo unidades de hemodiálisis y diálisis peritoneal en todos los nosocomios de la red pública, no solo por lo caro, sino porque no habría personal para hacerlas funcionar. Lo razonable y cuerdo es enfilar todas las baterías hacia los factores causales como el diagnóstico temprano de la diabetes mellitus y la hipertensión arterial, restringir la venta libre de fármacos nefrotóxicos, detectar y tratar adecuadamente las infecciones del tracto urinario, etc.
Es prácticamente imposible querer modificar el perfil epidemiológico con nosocomios y consultorios aunque estén rebalsando de medicinas. Si en realidad se desea mejorar el estado de salud de los habitantes es mandatorio incidir en los estilos de vida y modificar aquellos que les causan enfermedades: alimentación insuficiente, alcoholismo, tabaquismo, sobrealimentación con comida chatarra, sedentarismo, farmacodependencia, drogadicción, etc. No menos relevante es incidir en el medio ambiente habitualmente hostil a los seres humanos. De nada sirve repartir antiparasitarios si al regresar a los hogares contraerán de nuevo la enfermedad ante el inevitable entorno de convivir con la basura, animales domésticos y criaderos de mosquitos, como tampoco de nada sirve repartir alimentos eventualmente a los niños cuyos padres no tienen trabajo.
Hasta la fecha no tengo noticias que a través del Consejo Prematrimonial y otros programas se prevenga la ocurrencia de enfermedades hereditarias como el asma bronquial, diabetes mellitus, hemofilia, retinitis pigmentaria, etc. Tampoco se sabe de acciones tendientes a prevenir malformaciones congénitas como el labio leporino, paladar hendido, etc.
*Colaborador de El Diario de Hoy.