Comparar los acuerdos de paz en El Salvador y en Colombia es una ecuación altamente desafiante, pero un incentivo para políticos dispuestos a aprender de los errores y de los aciertos de ayer y de hoy en ambos puntos de la geografía. Es lo que ocurrió el pasado 9 de agosto en la Hemeroteca Nacional Carlos Restrepo de la Universidad Nacional de Colombia, donde se presentó el libro “Debates para la Paz: Reflexiones del Grupo Salvadoreño de Amistad con la Paz para Colombia”. Allí se dieron cita autoridades y diplomáticos; académicos, alumnos y representantes políticos.
Precisamente, ahora que las FARC hicieron entrega total de las armas e iniciaron su conversión en partido político, parece todavía más pertinente compartir la experiencia del posconflicto en El Salvador. En la voz de algunos de los protagonistas de ese proceso que viajaron hasta Bogotá para la presentación, la reincorporación a la vida civil y la conformación de una fuerza política electoral es un proceso complejo, pero posible, necesario y fructífero. Sin duda el mayor logro de los Acuerdos de Chapultepec en 1992.
Por ello, no hubo disonancias en el mensaje salvadoreño en Colombia. La paz es un bien común que requiere incorporar un abanico de voces e intereses diversos, un diálogo permanente y un importante apoyo de la comunidad internacional. Y si bien la reconciliación nacional es una aspiración de largo aliento, la amistad cívica es el camino para alcanzarla.
La reincorporación de los ex combatientes a la vida productiva y sus complejidades fue otro de los aspectos abordados en el panel realizado en Bogotá, que estuvo conducido por el académico Alejo Vargas, Director del Centro de Pensamiento y Seguimiento a los Diálogos de Paz, de la citada universidad. El tema es de toda actualidad, pues el Congreso colombiano acaba de aprobar el paquete legislativo que establece una bolsa de asignaciones para la paz, con el fin de dar viabilidad a los planes de capacitación y reinserción laboral.
Para Chile, que impulsó la creación de grupos de amistad con la paz para Colombia en ocho países latinoamericanos, los aportes entregados por los ex negociadores y personalidades salvadoreñas tienen un valor trascendental. De hecho, tanto los acuerdos como el posconflicto en el que fueron actores claves, es estudiado como el primero en que las Naciones Unidas actuaron en función de poner término a una confrontación interna. Hasta entonces solo se había involucrado en guerras entre Estados.
Cuando se cumplen treinta años de los Acuerdos de Esquipulas II, también es importante destacar el rol de países del centro y sur de América, que entonces marcaron un hito al involucrarse al más alto nivel en la búsqueda de soluciones viables, bases sólidas y fundamentos democráticos para la paz.
La implementación de los acuerdos suscritos el año pasado entre el Gobierno de Colombia y las FARC-EP está avanzando, pero es un comienzo: es preciso prestar atención a sus logros y dificultades. En el país sudamericano se han producido recientemente asesinatos de dirigentes sociales y ex combatientes desmovilizados, lamentables sucesos que en el caso de El Salvador se supieron enfrentar a tiempo, de manera definitiva. El compromiso de no repetición y su cumplimiento es otro de los logros locales.
La paz para Colombia es un propósito que impacta y une a Latinoamérica; una fuente de aprendizajes mutuos en que el acompañamiento internacional es importante. Y hoy, con la misma cercanía con la que Colombia y otros países de la región apoyaron la superación del conflicto en Centroamérica, El Salvador y Chile suman voluntades a esa cadena de amistad.
* María Inés Ruz
Embajadora de Chile