Adiós a Leonardo Heredia: radicalmente libre

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Por Paolo Lüers

16 August 2017

Mi suegro preferido:

No sé adónde te fuiste, pero seguramente seguirás jodiendo. Estos últimos días que ya no tenías fuerza (o ganas) ni para insultarme, esto ya no era vida para alguien como vos.

Te conocí el 16 de enero del 1992. Abriéndonos paso en la Plaza Barrios, entre miles de desconocidos que se abrazaban para celebrar el fin de la guerra. De repente Daniela se paró y dijo: “te presento a mi papá”. Andabas bien tipazo y en ese mar de banderas rojas llevabas el pañuelo rojo más como atuendo de caballero que de simpatía con la insurgencia. Dijiste: “Así que vos sos el valorudo que trajo de regreso a esta muchacha al país…”.

A esa altura con Daniela ya teníamos varios años de pareja y hacía un año que tu hija había regresado del exilio. Daniela me había contando de la leyenda Leonardo, fundador de radios y maestro de locutores en México, Guatemala, Costa Rica, Panamá y El Salvador, pero hasta ese día nos conocimos. Por una simple razón: hasta ese día, 16 de enero, anduvimos compartimentados, llevando una vida clandestina, sin contacto con amigos y familia.

Ese día te llevé a conocer a los compas de La Venceremos que estaban transmitiendo desde una de las torres de Catedral. Y al rato te convertiste en asesor y padrino de La Venceremos, en su transición de radio guerrillera a radio legal y comercial. Circuito entre dos leyendas de la radiodifusión…

Fuiste fue para mí el salvadoreño más auténtico que he conocido. Te moriste de risa de la manera que yo insultaba, tratando de hablar como salvadoreño: “Te voy a enseñar a insultar fino”, me dijiste, “si no nadie te va a respetar en este país”. Y algo aprendí. Para hablar claro y pelado, para que la gente te entienda, ¿qué mejor maestro que Leo?

Navegaste entre éxito profesional y fracasos y tus últimos años viviste hombre pobre. ¿Por qué? Hace poco te pregunté. Tu respuesta: “Soy demasiado irreverente para que mis éxitos sean sostenidos. Siempre terminé mandando a chapalear a mis jefes y mis socios. Nadie me debe y no debo nada a nadie…”.

Y así terminó tu vida, Leonardo: radicalmente libre. No dependiendo de nadie, ni de tu familia. No haciendo caso a nadie, pero también dejando que cada uno de nosotros viviera como le daba la gana. Tus hijas e hijos (no sé si por algún destino genético o por emulación, porque nunca recibieron educación tuya) salieron iguales: artistas, creativos, irreverentes, rebeldes… libres. ¿Qué más quiere un padre?

¿Qué te puedo decir que no te hayan dicho todos? Todo un país te reconoce como el padre de la radiodifusión, y muchos como la personificación del galán latino. Para mí sos el hombre que redefinió el concepto de suegro.

Adiós, Leonardo.