Mientras esperaba servicio en un conocido restaurante, el miércoles pasado, vi que entraba al establecimiento la hija de una antigua amiga, acompañada por un hombre mucho mayor que ella. Tomaron asiento a la mesa contiguo a la mía, lo cual me permitió oír y darme cuenta de lo que hacían y hablaban. El hombre parecía determinado a tocarle las piernas, a lo que ella se resistía, entre risas, a cada intento. El hombre le dijo: “Soy pintor y me encantaría pintar un desnudo tuyo”. La chica, sin parar de reír, le contestó: “¡Dios me guarde…!”. En la música ambiental se oía a Nancy Sinatra en la canción de las botas hechas para caminar: “These boots are made for walking…”.
La joven, de unos 25 años, se levantó de la mesa, reparó en mí y me saludó alegremente, con un beso en la mejilla. “¿Puedo?”, preguntó, indicando con su mano que quería sentarse conmigo. “Claro, si a tu amigo no le molesta”. “No hay problema”, aseguró, “yo sé cómo lo mantengo a raya”. En el momento en que la tuve cerca, pude notar un comportamiento inusual. Parecía encontrarse en un estado de euforia reprimida, como la del ebrio que trata de ocultar su embriaguez frente a la esposa.
Bello e inocente su rostro, brillante, apretadas las mandíbulas y su hablar un tanto trapajoso: “¿Has bebido?”, pregunté. “¡No!”, contestó con tono airado y, en forma compulsiva, sopló su aliento en mi cara. En efecto, no sentí rastro de alcohol, pero pude ver sus pupilas dilatadas, lo que me hizo sospechar, además de los otros rasgos de su conducta, que quizá se hallaba bajo el influjo de alguna droga.
Le pregunté por su madre. “¡Ay, mi mamá es lo que más adoro y respeto en este mundo!”, exclamó. “¿Sabe ella que andas en estas vueltas?”, pregunté. “Ella me tiene absoluta confianza y sabe que no ando en malos pasos. Además siempre estoy en completo dominio de mí misma. Nada me pude pasar”, respondió con firmeza. En ese instante su acompañante la tomó con brusquedad de un brazo y la llevó de nuevo a su mesa.
Una profunda tristeza, que aún me dura, me invadió a causa de este breve episodio. Conozco a la joven desde su adolescencia: alegre, inteligente, buenas calificaciones en el colegio, su madre se remira en ella. Pensé en llamarla para advertirle sobre su hija, pero consideré que sólo rompería su corazón y que la chica no parecía ser de las que cambian por un simple regaño.
Historias como esta se repiten a diario en un país cuya moral se hunde en el lodazal de las drogas, la corrupción de los políticos, la violencia y otras señales inequívocas de que una parte importante de la sociedad está cada vez más enferma.
En el caso de la joven, y de cientos más como ella, se puede leer con claridad el Tarot de su futuro: son muchachas golosas de vivir nuevas experiencias, lo que las vuelve presa fácil de hombres sin escrúpulos; van seguras de que ellas están en completo control de las circunstancias, clásico error de chicas que creen que los hombres, el licor y las drogas se pueden embridar a voluntad, para luego descubrir que, de pronto, son sus esclavas; lo primero que pierden es la autoestima, como lo prueba que no les indignan los acosos ni el lenguaje soez de sus amigos, sino que los celebran; y, lo peor, incurren en deslealtad y engaño cuando traicionan la confianza que sus padres han depositado en ellas. De aquí en adelante solo les aguarda el momento en que alguien o algo les anuncie, ---como dice la Sinatra, un día de estos, estas botas te van a pisotear---, “…one of these days these boots are gonna walk all over you…”---,
John F. Kennedy, en su discurso inaugural, mencionó los riesgos de quienes “cabalgan a lomos de un tigre…” ---estas chicas corren veloces sobre él, sueltas al viento sus cabelleras, gozando de la excitación que producen los sucesos sin reparar en que, “…su cabalgadura, terminará devorándolas”. “Are you ready boots?”.
*Periodista
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