En su momento, el FMLN empuñó las armas acogiendo el descontento popular ante la desigualdad social y una dictadura militar que a lo largo del siglo XX cerró espacios políticos y ahogó todo intento democratizador. El conflicto escaló a niveles inesperados ante la pérdida de legitimidad de quienes dirigían el Gobierno que impidieron de forma premeditada integrar políticamente a los diversos sectores gobernados. Un drama histórico que en el siglo XXI se consolida con la alternancia plena en el Gobierno, como expresión del avance del proceso de democratización. Ha sorprendido que ahora los líderes de la izquierda apoyen a un indefendible régimen entronado con matonería en la República Bolivariana de Venezuela.
El régimen de Maduro ha pisoteado la democracia venezolana con la bota militar, violando libertades públicas e instituciones que defienden los cimientos de la democracia representativa, exactamente los mismos principios por lo que el FMLN otrora empuñó las armas. La historia venezolana está escribiendo una singular etapa de su historia, el inicio de una guerra civil sangrienta.
El Salvador, Nicaragua y Bolivia son los únicos países aliados del régimen de la dictadura bolivariana de Maduro. Han defendido y alabado el proceso electoral realizado en ese país el pasado 30 de julio, con el fin de conformar una Asamblea Constituyente, parto que ha provocado el repudio mundial, al grado que algunas democracias han aplicado sanciones al régimen y a sus líderes.
Lo grave de esta situación es que a sabiendas de que no nos conviene política ni económicamente como país aliar al Gobierno de El Salvador con Venezuela, país que ya no tiene para seguir regalando dinero, todo indica que en verdad ese régimen es el faro de luz que guía la actuación del Frente y del actual gobierno. Entender que no solo es retórica sino que un total y absoluto convencimiento que ese es el camino a seguir de sus dirigentes, aunque no los lleve a ningún lado.
El Gobierno, con esa intransigencia, da la espalda a millones de compatriotas que viven en Estados Unidos y que mantienen la economía de este país con las remesas familiares; más cuando el Canciller, junto con los voceros de los países Alba, califican de “arbitrarias e ilegales” las sanciones impuestas por Estados Unidos contra ciudadanos venezolanos, incluyendo a Nicolás Maduro. Atacan a Estados Unidos tildándolo de imperio, de querer dominar al mundo, sometiéndose a ciegas al régimen que hoy gobierna Venezuela.
Pinochet fue objeto de un intenso odio entre la gente de pensamiento liberal y comunistas de todo el mundo, quienes lo acusaron justamente por el hecho de perpetrarse en un régimen de torturas y asesinatos contra decenas de miles de víctimas. Entonces ¿a dónde ubican a Maduro?
Monseñor Romero condenaría la violencia, sea de derecha o izquierda. Defender a Maduro es un acto antiético. La historia da cuenta de condenas a dictadores como Pinochet y Maduro.
Estas contradicciones que estamos viendo en la izquierda salvadoreña me recuerdan la frase del poema Verdades Amargas: “La corrupción, el vicio y hasta el crimen puede tener su puesto señalado; las llagas del defecto no se miran si las cubre un diamante bien cortado. La sociedad que adora su desdoro persigue con gran saña al criminal, más si el puñal del asesino es de oro, enmudece… ¡y el juez besa el puñal!”.
La ciudadanía debe cerrar filas, especialmente con los hechos inéditos que estamos advirtiendo en El Salvador, proteger la existencia de los frenos y contrapesos como fundamento de la república y la democracia. No permitir que un demente asuma el poder erigiéndose como dictador, manoseando el Estado de Derecho.
Maduro impidió elecciones regionales ya calendarizadas y el referéndum, porque sabía que las perdería inexorablemente.
*Columnista de El Diario de Hoy.
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