Cuando hace más de un año Nicolás Maduro perdió la mayoría en el parlamento, ni corto ni perezoso valiéndose de una leguleyada en complicidad con Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral, eliminó a tres diputados electos para que le saliera la aritmética. Posteriormente eliminó de un plumazo al Referendo Revocatorio por temor a salir ampliamente derrotado y por el mismo motivo suprimió las elecciones para alcaldes y gobernadores.
Después de casi cuatro meses de protestas callejeras convocó a una Asamblea Constituyente, su última argucia para perpetuarse en el poder, con los objetivos de desconocer y disolver el actual congreso, desmantelar la república y consolidar una narcodictadura. En ese sentido ha impuesto a la ciudadanía la Constituyente contra viento y marea, utilizando la fuerza armada y la policía y amenazando con meter a la cárcel por cinco o 10 años a todo aquel que interfiera la maniobra.
Sin embargo con un audaz movimiento la alianza opositora venezolana convocó al pueblo el pasado 16 de julio a una consulta popular sobre la Constituyente y el pueblo (Alrededor de 7 millones y medio) habló y dijo No al régimen del dictador y No a las pretensiones de la Constituyente. Así como están las cosas es evidente que el pueblo venezolano desea que el presidente Nicolás Maduro y sus seguidores cercanos salgan del poder, igual opinión tiene el millón y medio de venezolanos que trabajan y residen en el exterior.
Con su habitual estilo versallesco el dictador reaccionó y dijo que la Constituyente se mantiene a pesar de la advertencia de la consulta popular y las presiones internacionales. En esa línea de ideas el Gobierno de Estados Unidos ya inició la imposición de sanciones a miembros del gobierno bajo reserva que se ampliarán de acuerdo a la evolución de los acontecimientos.
Chávez y Maduro intentaron construir en Venezuela un proyecto autoritario similar al de Cuba que nada tiene de democrático y que fuera del populismo y los desplantes folclóricos todo se les fue en palabrería porque la dura realidad es que la cacareada revolución bolivariana solo trajo la más grande inflación de la historia, carestías y hambrunas, ruptura del orden constitucional y persecución a los medios por decir la verdad, violación reiterada de los derechos humanos y persecución y cárcel a los disidentes y opositores.
No es raro que un gobernante en su desesperación incurra en grandes contradicciones, por un lado pontifica con su acostumbrada afectación que está en contra de todo tipo de violencia y, por el otro, utilizando los llamados “colectivos” y la Guardia Nacional a esta fecha han asesinado a unos 125 manifestantes, los primeros irrumpieron en el congreso para agredir a los diputados y unos y otros agredieron a la población que asistió a la consulta popular asesinando a dos ciudadanos. Se calculan en más de 500 los presos políticos, cerca de 3,000 lesionados en las calles y más de 4,000 detenciones por el pecado de manifestarse.
A pesar de la más grande expresión de desobediencia ciudadana que pudo observarse el 16 de julio pasado, ante un gobierno represivo profundamente impopular e ilegitimo, el dictador y su sequito no parecen haber entendido el mensaje que les envió la nación. En una jornada tensa y violenta el 30 de julio pasado (16 manifestantes muertos y mas de 1,000 detenidos por los cuerpos respresivos) con el rechazo internacional y de los venezolanos se llevó a cabo la farsa electoral de la elección de la Constituyente, una de las estafas más burdas en la que votó a lo sumo el 30 % de los electores (El mismo presidente de la firma Smartmatic que realizó el conteo aclaró que el gobierno manipuló los datos para dar una falsa apariencia de triunfo). No hay duda de que Maduro en su delirio ideológico “quemó sus naves” para convertir Venezuela en otra Cuba.
* Colaborador de El Diario de Hoy