La noche del jueves 14 de diciembre de 2000 me puse a ver qué encontraba en la televisión. Me detuve, sin saber por qué, en un noticiero internacional en el que estaban entrevistando a una mujer estadounidense algo mayor pero con las huellas de una belleza que no acababa de marcharse de su rostro.
Decía que se sentía muy halagada por recibir del gobierno de Francia la medalla de la Orden Nacional de la Artes y las Letras. Se trata del máximo reconocimiento que el gobierno francés otorga a destacadas personalidades del arte y la cultura. Se había destacado en México como directora de museos y promotora del arte.
Algo en sus ojos y en sus elegantes gestos me parecían conocidos. Sentía que en algún momento de mi vida, en otra época, habíamos sido amigos y que ambos teníamos la misma edad.
Me fui a la computadora. Sentía como una necesidad de saber un poco más de aquella mujer, elegante, culta y de ojos fascinantes. Lo único que encontré fue que era una experta en arte en general y en pintura en particular y que desde 1972, vivía en la ciudad de México.
No había absolutamente nada que me relacionara con esa mujer. Sin embargo esa noche soñé que nos visitó a Sandra y a mí. Nos contó una historia de amor que nos hizo derramar lágrimas. Narró que no haber atendido una simple llamada telefónica en el verano de 1971, la hizo decidir entre vivir con el amor de toda su vida o su pasión por el arte. Decidió el arte y se casó con otro hombre.
Eso soñé, esa noche de 2002. Ella era feliz con el arte, pero jamás dejó de amar al chico que había amado toda su vida.
Dos años después vi un documental producido por la televisión holandesa, sobre una canción que fue lanzada al mercado en 1972 por una banda que se hacía llamar “Dr. Hook and the Medicine Show”.
Tiempo después en Holanda , el productor Arjan Vlakveld, estaba un día tomando una copa de vino en el patio de su casa y vio a su vecina. Decidió charlar un poco. Ella era una maestra de escuela de origen estadounidense. Arjan le contó que se dedicaba a hacer documentales sobre cosas simples y hermosas . La maestra le contó la historia de una compañera suya en la secundaria de Homewood Illinois.
Se llamaba Sylvia Pandolfi que tenía un novio llamado Shel Silverstein. Con el tiempo Shel, le contó, se hizo un famoso compositor. Su ilusión era casarse con Sylvia. Pero a él le tocaba viajar por todo el mundo por su trabajo. Ella se comprometió con un especialista mexicano en arte.
Cuando Shel se enteró, trató de evitarlo a lo desesperado. El día de la boda intentó telefonearle. Le respondió la mamá de Sylvia. Y ella un poco molesta le dijo a Shel que la dejara en paz, que ella comenzaría una nueva vida en otra ciudad. Shel, llorando, pidió solo unos segundos. La señora fue inflexible.
La operadora presionaba a Shel para que introdujera otros 40 centavos para hablar otros tres minutos. Y al final solo alcanzó a decir “dígale a Sylvia que lleve paraguas porque va a llover y que nunca dejaré de amarla”. Y así fue. Shel escribió una canción sobre ese episodio, de gente normal, y la canción se convirtió en un éxito total.
El productor holandés armó maletas y se fue a buscar a Illinois a la mamá de Sylvia. La encontró. Tenía 95 años y el mismo número de teléfono. La anciana le contó la historia. Luego Arjan viajó a México y entrevistó a Sylvia. Ella sorprendida, porque nadie sabía la historia, accedió a contar su versión que era la misma de su compañera, de su mamá, de Shel y de la canción que fue lanzada al mercado con el nombre de “La Mamá de Sylvia”.
Supe que Shel había muerto en 1999. Cuando vi sus fotos y leí sobre su vida, me sentí identificado plenamente con él, como si de alguna manera sus experiencias habían sido las mías. Todo muy extraño. Para los que quiera ver el documental solo tienen que escribir en Google “Sylvia’s Mother documental 2000” o aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=LmTx7LDv8T4.
*Columnista de El Diario de Hoy