Muchos se preguntan si el Viceministerio de Transporte será capaz de rectificar anulando el absurdo requisito de un “examen sicológico” a quienes quieren obtener licencia para conducir, en vista del desastre que ha causado.
Rectificar es de personas y entidades sensatas, de quienes son capaces de volver sobre lo andado, de los que aprenden, o aprendemos, de los errores cometidos.
Que solicitar una licencia se haya convertido en una pesadilla, larga pesadilla que toma semanas para lograr turno y que les cuesta tiempo laboral a los trabajadores y a las empresas, además de las esperas bajo el sol, de pie (lo que se convierte en un grave impedimento a personas mayores, débiles, mujeres), es para que estos funcionarios se arrepientan y dejen de poner esa carga sobre una parte sustancial del público salvadoreño.
Hasta hace pocos días obtener una licencia era un proceso relativamente rápido, sin mayores complicaciones. Los aspirantes eran examinados en la mayoría de casos por personal de escuelas de manejo calificadas, se pasaba un test sobre el reglamento de tránsito, una prueba de la visión, se hacía el examen práctico ante autoridades y asunto concluido.
Cómo deben de haber disfrutado
viendo grandes atascos por el Sitramss
Lo que es obvio es que a los socialistas del Siglo XXI les encanta fastidiar a otros como una forma de demostrar su poder. Y es por ello que en Cuba, en Venezuela, en todos los países que han caído en esa órbita lo de rigor y lo más normal son las filas, “las colas” de gente esperando que les den un mendrugo o una camisa del color que sea con tal de recibirla.
Seguramente en el viceministerio tuvieron un grande y especial regocijo al contemplar e informarse de los grandes atascos causados por una de sus ocurrencias, la más lustrosa hasta esto de los exámenes sicológicos: la del Sitramss, el negocito que se apropió de calles públicas, dividió la ciudad en dos y además propició el deterioro de un gran número de vías en San Salvador; como Nerón viendo el incendio de Roma, ellos deben de haberse deleitado contemplando esos atascos, pensando de seguro que estaba bien que los capitalinos gastaran tiempo y gasolina, además de perjudicar llantas, carrocerías y motores, para que dejen de creer que son ciudadanos que merecen un mínimo de consideración.
Como ya dijimos, sin embargo, no se les ocurren cosas más prácticas para aliviar a los castigados usuarios como que los derechos al examen se paguen en bancos.
El examen tiene varios costos al meter mano en los bolsillos de la gente: uno, lo que se recolecta; el otro, lo que tal exacción tiene para los ciudadanos. Y este otro costo ni siquiera lo consideran.
Con ese plan se han retratado totalmente insensibles a lo que otros sufran, a los trabajos a los que se les obliga, absolutamente indiferentes al costo que la codicia estatal tiene sobre la gente y la economía.