Cuando el señor Decano de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales me pidió que realizara una apología en la cual expresara mi sentir sobre la importancia de estudiar Derecho, y el motivo por el cual había tomado la decisión de hacerlo, dispuse preguntar a cada uno de mis compañeros de cohorte de egresados de la Licenciatura en Ciencias Jurídicas, el motivo por el cual habían resuelto cursar esta carrera.
Las respuestas fueron variadas: Unos me dijeron que tomaron la decisión porque habían sido buenos en la materia de Sociales en sus épocas de estudiantes de bachillerato; otros, porque deseaban conocer la realidad social y política de El Salvador y el mundo y como acceder a la justicia formal; otra, porque había sido inspirada por una amiga apasionada por la ciencia jurídica. También hubo algunos que manifestaron haber sido empujados por la necesidad de encontrar espacios laborales, evitar que se transgredan derechos ajenos y propios y ser actores de la transformación social que necesita el país para brindar un mejor futuro para todos los habitantes del mismo.
Después de un par de días de reflexión sobre estas respuestas advertí que, aunque todas ellas eran importantes razones para estudiar la profesión del Derecho, se había olvidado una razón tan importante como las anteriores. Olvidaron una respuesta que también debió ser la causa, desde antes del inicio del primer ciclo de estudios, para habernos aferrado a este proceso de seis años de ardua preparación y trabajo; esa causa que nos hace a todos levantarnos cada mañana y realizar todas las faenas sin parar y que la recordamos antes de apoyar nuestra cabeza sobre la almohada para arrullarnos con ella de tal forma que relaja nuestros músculos y nos permite conciliar el sueño, y que de la misma forma nos vuelve a impulsar y arrancar de la cama a la mañana siguiente para retomar la faena recién dejada: se olvidó que la razón fundamental para haber estudiado Derecho era PARA SER FELIZ.
Grandes pensadores han reparado en que ser feliz es el propósito de la vida de cada persona humana, entre ellos el Papa Francisco, que hace poco expresó: “Que tu vida se vuelva un jardín de oportunidades para ser feliz…jamás desistas de ser feliz”; al igual que el actual Dalai Lama hace no mucho manifestó: “Creo que el propósito de la vida es ser feliz. Desde el momento del nacimiento, cada ser humano busca felicidad y no quiere el sufrimiento. Desde lo más profundo de nuestro ser simplemente deseamos alegría”.
Entonces me cuestioné: ¿Qué es la felicidad? ¿Y tendrá la felicidad, en realidad, algo que ver con el Derecho?
Buscando información, encontré que, en el Digesto de Justiniano, el jurista romano Celso hijo definía al Derecho como “EL ARTE DE LO BUENO Y DE LO JUSTO”. El mismo emperador Justiniano, considerado como el Padre del Derecho, al promulgar su valioso Código en abril del 529, había expresado que las leyes sustentaban la felicidad del pueblo romano.
Luego, a raíz de una encuesta que Harvard realizó en el 2010, esta institución definió la felicidad como aquel estado en que se reúnen tres aspectos: hacer el bien para los demás, hacer las cosas en las que uno mismo es bueno y buscar el bien para uno mismo.
Así es que, de esta manera, a partir de las premisas de que la felicidad es hacer el bien y lo bueno a uno mismo y a las demás personas y que el Derecho es el arte de hacer lo bueno y lo justo, obtenemos la conclusión de que el Derecho es un medio para que uno mismo y todas las demás personas humanas logren ser felices.
Es decir, la felicidad radica en ser buenos y hacer el bien. Y la felicidad camina de la mano con el Derecho, pues el fin teleológico del Derecho es hallar la felicidad.
Vemos pues, de esta manera, que la razón escondida muy allá en el fondo de nuestro pensamiento, por la que hemos estudiado Derecho, ha debido ser porque queríamos ser felices y ayudar a las demás personas a ser felices también, pues para ser feliz, hay que ser buenos y hacer el bien, pues esto nos hace sentir felicidad.
El ritmo acelerado de la actividad humana y el consumismo presentes nos están impidiendo o dificultando a las personas humanas, toda serena reflexión sobre cuáles son los medios y los fines de la existencia humana, así como cuáles son los caminos para llegar hacia ellos. El trajinar del día a día y los prejuicios sociales casi dogmáticos nos hacen olvidar que hemos venido a esta existencia a ser plenamente felices y que además tenemos derecho a ello.
El estudio del Derecho nos libera precisamente de la creencia en dogmas y prejuicios sociales, dándonos la sensación de una libertad que ha estado escondida en un lugar donde no nos habíamos atrevido ir a buscar y de una perenne transformación de la justicia humana, y consecuentemente, de los derechos que conlleva cada persona humana en su ser, donde el principal derecho es, el ser feliz.
Todavía no es tarde para que los profesionales del Derecho visualicen esa felicidad que conlleva ejercer los conocimientos de la juris. Debemos todos atrapar esa felicidad y usarla como plataforma de nuestras acciones u omisiones en el ejercicio de esta profesión.
Claro está que esa sensación de felicidad va a ser más fácil de palparla y atraparla cuando nos convirtamos por voluntad propia en juristas humanistas, es decir, hombres y mujeres cultos por autoformación, estudiosos, con conocimiento que nos permita poseer más que una mera técnica para la solución de los problemas jurídicos; mujeres y hombres plenos, que leamos como vicio, poseedores de conocimiento que pongamos en práctica con conciencia ética y con un sentido de justicia que ponga la felicidad de la persona humana por encima de todo.
Ejercitando las tres máximas del jurista Ulpiano: “Vivir honestamente, no dañar a los demás, dar a cada uno lo suyo”, máximas que subrayan la relación imprescindible entre el Derecho con la Ética, y que todo problema jurídico es en esencia un problema de justicia, donde el núcleo de esta justicia es la igualdad, como dijo Radbrusch. Justicia que es la plataforma sobre la que se sostienen las normas, principios y valores contenidos en la Constitución de la República de El Salvador, por lo cual, debemos cumplirlos sin reparos.
De lo contrario, ¿PARA QUÉ QUEREMOS AL DERECHO si no es para la justicia? ¿PARA QUÉ QUEREMOS LA JUSTICIA si no es para que todas las personas humanas sean tratadas de forma igualitaria? ¿PARA QUÉ QUEREMOS LA IGUALDAD si no es para el bienestar? ¿PARA QUÉ QUEREMOS EL BIENESTAR si no es para alcanzar la FELICIDAD?.
Y esto me inspira a no olvidar que es necesario recalcar en este punto de la historia humana en que estamos viviendo que la experiencia y la información científica han demostrado que cuando se respetan los derechos de las mujeres de una forma igualitaria en relación con los derechos de los hombres, así como la capacidad y el derecho innato que conllevan las mujeres para tener la libertad para alcanzar sus propios sueños y ambiciones, LA VIDA MEJORA PARA TODOS.
Pues el respeto al derecho ajeno es la paz, como dijo don Benito, y porque el estudio del Derecho nos permite descubrir y comprobar la conexión estrecha que siempre ha existido entre desarrollo jurídico y desarrollo social donde las mujeres se encuentran hombro a hombro con los hombres.
Cierro esta apología con las palabras del filósofo y escritor chino Lao Tsé: “Cuando te des cuenta de que lo que le haces a otro te lo haces a ti mismo, habrás entendido la Gran Verdad”…. pues Somos Uno con el Todo, es decir, Todos Somos Uno.
*Colaboradora de El Diario de Hoy.