Las Fiestas Agostinas, que junto con la Navidad y los cumpleaños, son los grandes acontecimientos en la vida de los niños de San Salvador y el resto del país y constituyen la manifestación criolla de costumbres que, de seguro, preceden al homo sapiens. Fiestas para bailar, hacer música (o infernal ruido), montar espectáculos, comer y beber rompen la monotonía de la existencia de los aborígenes de Borneo y de todos los pueblos primitivos habidos. Hubo celebraciones entre griegos, egipcios y babilonios; lo primero que hizo Noé al bajar del Arca fue vino para libar, celebrar y emborracharse.
Dios quiera que la gente actúe con prudencia en estos días, que no se sobrepase de copas, que no se meta en riñas y no coma demasiado, además de cuidarse de no comprar en expendios que no ofrezcan un buen nivel de higiene. En esta tierra, por desgracia, las inspectorías de Salud sólo se hacen en establecimientos que por su propio interés se cuidan, no en los que elaboran sorbetes en el lavadero de una casa.
Fiestas y parques de diversiones hay en todo el mundo, y nosotros no podíamos ser la excepción. Casi desde que los conquistadores se asentaron en estas tierras se celebran festividades patronales a la usanza europea, tradición que inició formalmente con las bacanales de los griegos y las saturnalias de los romanos.
Es raro el pueblo que no arme sus grandes comilonas y bebetorias, aunque aparentemente eso no sucede en los países islámicos, en parte por la forzada separación de los sexos. Únicamente al final del Ramadán, el mes de ayuno y abstinencia, hay celebraciones en las casas y hasta se llega a invitar a forasteros, como tuvimos el agrado de serlo en dos ocasiones, en Amman y Beirut. Aquí hay ventas de comida, ruedas para niños y jóvenes, loterías para adultos, lodazales y precarias instalaciones sanitarias para todos, ladrones y muchachonas por doquier y malestares estomacales para los que comen encurtidos y pupusas de chicharrón.
Cuiden a los niños y cuiden las billeteras
En los tiempos de Maricastaña las fiestas rompían la terrible monotonía de pueblos y ciudades, donde la única diversión era ir a misas y solemnidades religiosas y pasar en cotilleos. O como decían las comadres, censuran los chismes pero reconocen que las divierten mucho, más cuando el blanco de las habladurías son familias antipáticas de la vecindad. En estas circunstancias de inquietud, calamidad general y tristezas, las fiestas son un escape, una tregua en las aflicciones, un descanso para los que trabajamos.
Deseamos a nuestros lectores que disfruten de estas fiestas y aprovechen lo que de particular y amable tienen. Cuiden a sus niños, a sus billeteras y cuídense de los rateros.