Atacan como zombies a la Sala de lo Constitucional

La vigencia de buenas leyes, de tribunales independientes de justicia, del derecho a procesos ajustados a normas tradicionales, es lo que salvaguarda a la persona del atropello de la turba.

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Por Elizabeth Castro

02 August 2017

El partido oficial echa mano de incondicionales que actúan como zombies para atacar a la Sala de lo Constitucional, como si ese desorden fuera legítimo y no, lo que es, un acto de fuerza.

Las demostraciones multitudinarias, las grandes marchas, las huelgas generales, los paros... todo eso se asocia a luchas cívicas contra dictaduras, como lo que en estos momentos sucede en Venezuela, donde prácticamente el noventa por ciento de la población repudia la dictadura de Maduro.

Muy distinto es eso a los griteríos que un régimen de fuerza, o un dictador, montan para intimidar a opositores y destruir el orden legal de un país.

Las víctimas de esos movimientos no espontáneos, de lo que un régimen orquesta echando mano de activistas y con la protección de policías o militares, son las personas, grupos cívicos, asociaciones y entidades diversas que se quedan sin protección, sujetos a que los enjuicien, persigan o maten.

La vigencia de buenas leyes, de tribunales independientes de justicia, del derecho a procesos ajustados a normas tradicionales es lo que salvaguarda a la persona del atropello de la turba, entendiéndose por turba cualquier poder sin más control que su propia voluntad.

La turba manipulada es y fue el recurso de la extrema izquierda para sembrar el caos y perseguir a opositores en los años de la preguerrilla, los años de los sabotajes, los secuestros y asesinatos de personas inocentes hasta lo de hoy.

Y siempre las víctimas son las personas que no tienen voz en tales estructuras como sucedió en la Unión Soviética y pasa actualmente en Cuba.

En los cien años transcurridos desde que los bolcheviques tomaron el poder traicionando a los socialistas de Kerensky se ha “perfeccionado” el proceso de la concentración del poder en unos cuantos, obviamente a costa del individuo, de los que piensan distinto, de los que simplemente no marchan al ritmo de un rebaño. Y para que no desentone el paso del que no quiere ser parte de la cabalgata, le someten por la fuerza.

No hay gran obra de arte que haya sido producida por un comité

Agustín Navarro, un agudo pensador mexicano ya desaparecido, decía que si un grupo de coristas está levantando las piernas a la derecha pero una de ellas lo hace en otro sentido, el pleno de los espectadores va a fijarse en la que rompió el compás general...

¿Y quiénes son esos que rompen el orden en las sociedades regimentadas?

Son, en primer lugar, los que piensan por su cuenta, los que no están embrutecidos por dogmas o fanatismos o por el odio.

Son los artistas que no siguen las rígidas normas dictadas por el partido, los músicos que buscan nuevas formas melódicas, los arquitectos y escultores que rehúsan adherirse a los cánones oficiales, como el famoso de la Universidad de Moscú y las pesadas construcciones de los nazis.

Son los que quieren ensayar nuevas formas de fabricar, o de comerciar, o de integrarse a las cadenas productivas del mundo.

O es simplemente el jovencito que no quiere unirse a la mara del barrio o el madrileño hincha del Barcelona.

No hay grandes obras literarias, sinfonías, murales y obras pictóricas que hayan sido creadas por un comité.