Nicaragua: el regreso de “Tacho”

El aniversario de la revolución se trató de una farsa a la que asistieron quienes lamentablemente respaldan las acciones de un régimen que está superando a “Tacho” en sus ambiciones políticas.

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03 August 2016

El presidente Sánchez Cerén viajó a Nicaragua el pasado 19 de julio para participar en la celebración del 37 aniversario de la revolución sandinista. Recordaron el derrocamiento de Anastasio Somoza García, “Tacho”, quien sometió al país a una dictadura de más de 40 años. Conmemoraron una gesta que devolvió la libertad a los nicaragüenses y que ahora sus protagonistas han convertido en la principal guillotina de la población. Los que lideraron esa hazaña cívica han mutilado, en pleno siglo XXI, los principales cimientos de todo sistema democrático. Manipularon el sistema electoral, trastocaron la división de poderes y amenazan a la sociedad con reprimirla si se atreve a exigir autonomía y funcionalidad del Estado. La oposición está debilitada, en parte por su propia sumisión y falta de activismo y fundamentalmente por el puño que Ortega puso sobre ellos para evitar que reclamen el normal funcionamiento del sistema político.
 
El mandatario salvadoreño asistió a una efeméride podrida. Aplaudió a un gobierno que no cree en las elecciones como el mecanismo para alcanzar el poder. Ovacionó un régimen al que debería aplicársele de inmediato la Carta Democrática Interamericana por violentar los elementos esenciales de la democracia representativa, entre otros, “el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al Estado de derecho; la celebración de elecciones libres, periódicas, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de partidos y organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes públicos”.

La victoria de los Ortega está prácticamente asegurada. Si nada extraordinario sucede, Daniel será reelecto como gobernante de la nación. El mandatario rechazó la observación electoral internacional, manipuló al Órgano Judicial para impedir la participación de la oposición, destituyó a 28 diputados opositores y se encargó de incluir en la papeleta a partidos que el reconocido periodista, Carlos Fernando Chamorro, llamó  “zancudos” o “colaboracionistas” porque su labor no es competir sino justificar que la boleta incluya “otras banderas” cuyos candidatos no tienen ninguna posibilidad de triunfo.

El derrocamiento de Somoza por la revolución sandinista en 1979 permitió el ascenso de los rebeldes por la vía militar. En 1990 Ortega entregó el poder a Violeta Barrios viuda de Chamorro después que la candidata ganara los comicios por el voto popular. En 2006 el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) recuperó la presidencia. En realidad su vuelta a la primera magistratura se fraguó en 1999 con “el pacto” entre Arnoldo Alemán, del Partido Liberal Constitucionalista, y el FSLN. Ese revoltijo político se concretó con la reforma a la Constitución y a la ley electoral. Su propósito fue crear las condiciones que tallaran un sistema electoral a la medida de sus pretensiones políticas que, seis años después, allanaría la victoria de Ortega.

A partir de este momento los nicaragüenses presenciaron el deterioro acelerado de sus instituciones democráticas. Un segmento del sector empresarial se convirtió en cómplice de ese desgaste que sufrió la República a través de una descarada violación a la separación de poderes. Se prefirieron los negocios a la estabilidad política y un grupo importante de hombres de negocios comprometieron la democracia con tal que sus empresas florecieran sin amenaza alguna.

La actuación de la Corte Suprema de Justicia, manipulada y secuestrada por el Orteguismo, ha sido fundamental para perpetuar en el poder a los caudillos. La sumisión a Daniel le valió al mandatario su reelección en 2011 cuando el máximo tribunal de justicia avaló su participación para buscar un nuevo mandato al frente de la presidencia. 

La festividad del 19 de julio en Nicaragua debió representar una gala en la que los centroamericanos nos regocijáramos porque un “hermano” nuestro recuperó la dignidad y libró a sus ciudadanos de un individuo cuya especie creímos haber extinguido a partir de la tercera ola democrática en la que, según Samuel Huntington, “los regímenes autoritarios fueron emplazados por otros democráticos”. Sin embargo, el aniversario de la revolución se trató de una farsa a la que asistieron quienes lamentablemente respaldan las acciones de un régimen que está superando a “Tacho” en sus ambiciones políticas.
  

*Columnista de El Diario de Hoy.