El tiempo de la ciudadanía

En nuestro país se han unido diferentes ciudadanos con la intención de poner freno a los abusos del poder, para dejar de criticar y proponer, y hacer ver a los políticos que los tenemos en la mira.

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Por Elizabeth Castro

29 July 2017

Los clásicos nos pueden ayudar a entender mejor muchas de las situaciones que nos preocupan actualmente y a encontrar caminos que nos lleven a una solución.

Nos quejamos de los malos políticos, de sus funestas acciones, de varios de los futuros candidatos a diputados (de todos los partidos), etc. En esta encrucijada, con muchos desesperanzados o a punto de perderla, no debemos rendirnos, por muy cansados que estemos. Es una carrera de fondo en la que necesitamos constancia y paciencia para llegar a la meta. Los politiqueros quieren que tiremos la toalla.

No todo está perdido. La lucha por un mejor El Salvador —que sí, lamentablemente dejamos que se nos fuera de las manos— apenas comienza.

Alexis de Tocqueville, en Democracia en América (1835), señaló debilidades de las democracias, como la fragilidad de los ciudadanos ante el individualismo extremo y el paternalismo estatal. “Los ciudadanos no pueden nada por sí solos y ninguno puede obligar a sus semejantes a prestarle ayuda. Caen todos en la impotencia si no aprenden a ayudarse libremente”, escribe.

Estos puntos le servían de introducción para hablar sobre el asociacionismo ciudadano. Admiraba cómo los norteamericanos se unían para dar fiestas, edificar albergues, crear hospitales, prisiones y escuelas, sin necesidad de que el Estado se involucrara. “En cualquier parte donde veáis al gobierno a la cabeza de una empresa en Francia, en Estados Unidos veréis una gran asociación”, dice.

El autor francés va más allá de las obras materiales y hace un llamado a los ciudadanos ante el desentendimiento al que puede llevar la monopolización estatal de la vida social.

Juan Manuel Ros explica en su tesis doctoral sobre Tocqueville cómo éste preveía la abolición del ciudadano por el gran Estado: “Se degrada la autonomía de los sujetos, anula la capacidad de deliberar entre ellos acerca de su interés común y les hace perder el sentido de la responsabilidad ante su propio destino, lo que facilita una tutela despótica, burocrática y paternalista (…). Si se quieren evitar estos males, no hay más remedio que recurrir al asociacionismo ciudadano para atajar dichos inconvenientes desde las raíces”.

Recientemente, en nuestro país se han unido diferentes asociaciones y grupos de ciudadanos.

Pienso en diferentes hechos. Primero, el llamado que hicieron grupos de la sociedad civil bajo el lema “#ESCorrupción” ante la posible aprobación de otro “combo legislativo”. Segundo, el lanzamiento de Fuerza Ciudadana, resultado de la unión de 5 organizaciones (CREO, Movimiento Libertad, 300, El Salvador Libre y Uno más uno).

Todos estos movimientos cuentan con pluralidad de pensamientos. Lo más valioso es haber encontrado propósitos comunes, como poner freno a los abusos del poder, dejar de criticar y proponer, hacer ver a los políticos que los tenemos en la mira, y defender nuestro sistema democrático, sin duda bajo amenaza, entre otras cosas, por el deficiente trabajo del TSE y su bajo presupuesto para las próximas elecciones.

¿Es el inicio del rompimiento de la polarización y del fanatismo que tanto ha beneficiado a unos pocos? Ojalá este sea el comienzo de una verdadera cultura ciudadana consciente de que la democracia es más que ejercer el voto. Necesitamos ciudadanos protagonistas que demanden transparencia y políticas a largo plazo.

Quienes tengan el talento, ética y capacidad profesional, deberían participar en cargos de elección popular, pues también se cambia un país desde los cargos públicos y partidos políticos.

Los medios de comunicación podemos ser sus grandes aliados. Nuestra misión es tender puentes a la ciudadanía, para evitar el divorcio entre ellos y quienes nos representan. Poniendo esos puntos en común, podemos colaborar para el entendimiento entre sectores y que unidos exijan a los políticos resultados concretos, transparencia y honestidad. En esta labor de fiscalización, por nuestro mismo ADN, los medios debemos entrar más a fondo, ser más agresivos y sacar a luz aquellos actos de corrupción que minan la vocación política y que le restan credibilidad.

La política en sí no es mala. La clave está en cómo ponemos de nuestra parte para llevarla a su dignidad y verdadero espíritu: la de un noble servicio para la consecución del bien común.

 

*Periodista.

jjgarciaoriani@gmail.com