Viendo un álbum de fotografías familiares, me he dado cuenta de que los mejores momentos de mi vida han sido con mi familia: la celebración de un cumpleaños, la Navidad, una graduación, etc. Son tantos buenos recuerdos que han ido configurando la persona que soy.
La mayoría que hemos tenido la suerte de tener una familia bien constituida —por un papá, por una mamá y en muchos casos varios hermanos— les estamos sumamente agradecidos a cada uno de ellos, con sus errores por supuesto, porque nos han permitido saborear una de las más grandes alegrías de esta vida, el amor incondicional de la vida en familia.
El quererse entre un hombre y una mujer es la puerta de entrada al matrimonio, pero es solo la puerta de entrada; porque luego implica compromiso, estabilidad, fidelidad, sacrificio, apertura a la vida, cariño a las nuevas generaciones.
De todas las características antes mencionadas, lo que es constitutivo del matrimonio es la apertura a la vida. El matrimonio, como su nombre lo indica, surge de la necesidad de proteger la maternidad y a los nuevos miembros de la sociedad, los niños.
Cuando el Estado se ha metido a regular el matrimonio, lo hace en clave de proteger la nueva vida que de esta pueda surgir. Al Estado no le interesa que los cónyuges se quieran mucho; el cariño de las personas es una realidad prejurídica, ajena al mundo público. Por eso no existen leyes que regulen, por ejemplo, la amistad.
Por otro lado, la unión de personas del mismo sexo no es un matrimonio. Puede haber mucho cariño y mucho goce sexual, eso nadie lo puede discutir, pero no hay lo que es constitutivo del matrimonio: la apertura a la vida. Esto no es una verdad moral, sino un dato de hecho de la especie humana. La relación de dos personas del mismo sexo lamentablemente es estéril, no pueden aportar a la sociedad.
Lo único que es socialmente relevante del matrimonio, que es la apertura a la vida.
Con esto no se quita la libertad a nadie, ya que es la misma persona que elige ese estilo de vida, la que se autoexcluye de la posibilidad del matrimonio, precisamente eligiendo la unión homosexual. Unión que se debe respetar y está en toda su libertad de elección si alguien piensa que de esta forma se realizará como persona.
Escuchando una conferencia de Benigno Blanco, en ese momento presidente del Foro de la Familia, ilustraba con el siguiente ejemplo: “Si una persona quiere jugar al fútbol con las manos, no podría, porque el fútbol se juega con los pies. Así son sus reglas. Esta persona está un poco confundida, tal vez lo que busca es jugar basketball o handball. Y por este hecho la FIFA no lo está discriminando, simplemente esas son las reglas. Solo por complacer a esta persona no vamos a unir las reglas del basketball con las del fútbol, porque vaciaríamos de contenido el fútbol y pasaría hacer otro tipo de deporte, dejaría de ser fútbol, aunque así se siga llamando; perjudicando a la inmensa mayoría que nos apasiona este deporte. Lo mismo sucede con dos persona del mismo sexo que quieren unir su vida afectiva-sexual, lo que están buscando no es el matrimonio, sino una unión homosexual. Cuando todo es matrimonio, nada es matrimonio, así se enturbia el valor conceptual de matrimonio y familia”.
Por eso, el Estado debe crear ese ámbito “ecológicamente idóneo”, según la condición de la naturaleza humana, para que se produzca ese efecto de altísimo interés social que es que nazcan niños, porque acá se juega el propio futuro de la sociedad. Y no solo que nazcan niños, sino también que sean buenos ciudadanos. Precisamente la familia humaniza con el cariño de papá y de mamá esos nuevos niños, aprenden virtudes como la solidaridad que tanto bien hacen luego a la sociedad.
De todo lo anterior podríamos concluir que muchos problemas de nuestro querido El Salvador se resolverían con el fortalecimiento de familias bien constituidas, porque la familia es una institución de una inmensa eficacia social y “solo hay una”.
*Carlos Mora Interiano
Doctor en medicina