Haber perdido sus viviendas no es la única calamidad para miles de damnificados por las inundaciones de Perú, forzados a desplazarse a insalubres campamentos donde, como si de un éxodo bíblico se tratara, son asediados por el dengue, el zika, la anemia, las ratas y los grillos.
Para muchos de los habitantes de Catacaos y otras poblaciones aledañas de la norteña región de Piura, el único techo que tienen desde hace tres meses es una carpa de plástico de nueve metros cuadrados, un limitado espacio en el que a duras penas intentan rehacer sus vidas sobre el caliente desierto del norte peruano.
Saben que nunca podrán volver a sus hogares originales, pues el Gobierno ha prohibido que se vuelva a construir en las zonas inundadas para evitar una nueva catástrofe.
En los campamentos, donde la mitad de los niños tienen anemia, están varios organismos internacionales, como el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), que tiene como objetivo ofrecer servicios de salud reproductiva y sexual a unas 10.000 mujeres de las regiones de Piura, Lambayeque y La Libertad.