Lula subestima la inteligencia de brasileños

Lo que vale en las grandes y pequeñas democracias es que las leyes se ajustan a la moral, se basan en derechos inviolables y responden a ideas y pensamiento que nos llega desde hace milenios. Ha cambiado mucho, pero lo esencial se mantiene.

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Por Mirna Navarrete

18 July 2017

Lula da Silva, expresidente de Brasil, fue condenado a ocho años de cárcel por corrupción, pena que él recibió diciendo que “será el pueblo quien me juzgue”.

Lula, el “modelo” de Funes como él mismo lo dijo públicamente, piensa que hay un número suficiente de brasileños inconscientes que votarán por él, y una vez votado, volver a sus andanzas.

Pasaría entonces lo contrario de lo que ha tenido lugar en Venezuela, donde la población, que ha recuperado su sentido de la realidad después de varios años de chavismo, votó masivamente contra el régimen, que se aferra con dientes y uñas al poder, un poder basado en las delicias de una dictadura que viene siendo apoyada “incondicionalmente” por el gobierno salvadoreño, que torpedea todas las iniciativas sobre Venezuela en el seno de la OEA.

Tan fuerte fue la amistad entre Lula y Funes que gracias a esas influencias, según consta en los expedientes testimonios de la justicia brasileña, la empresa corrupta Odebrecht envió dinero a Funes “para su campaña presidencial”.

Para Lula, por un lado, para Maduro por el otro y para todas las dictaduras que hay y hubo en el mundo, las leyes se manipulan a conveniencia, para servicio del déspota y su entorno, hasta que el abuso y el aburrimiento rompen esos equilibrios y se producen revueltas, como la que dio al traste con la dictadura martinista en 1944.

Y eso es precisamente lo que está sucediendo en Brasil (que despierta de la pesadilla lulista y se encuentra con una corruptela que ha infiltrado instituciones y sectores políticos) generando la interrogante clásica:

¿Cómo salimos de esto y cuál es la fórmula para evitar que suceda de nuevo? Es el tema que trata el drama de Schiller “La Conjuración de Fiesco”.

Hay dos facetas en el asunto: una de ellas son los beneficios que sacan los dictadores de imponer “leyes” para oprimir, robar y abusar de los pueblos.

La otra es el desamparo en que queda la población, que se encuentra desprotegida frente a los desmanes de sus capataces y descubre súbitamente que, sin discusión y como garrotazo, algo de su vida ha cambiado.

Quieren entrometerse en la información

con leyes que llevan a la censura

Lo que vale en las grandes y pequeñas democracias es que las leyes se ajustan a la moral, se basan en derechos inviolables y responden a ideas y pensamiento que nos llega desde hace milenios. Ha cambiado mucho, pero lo esencial se mantiene.

Y uno de estos rasgos es la igualdad de todos ante la ley, lo que precisamente se viola en las dictaduras, “donde unos son más iguales que otros”.

Una pésima señal es cuando las leyes de pronto aparecen apadrinadas no por políticos, legisladores y gente pensante, sino por miembros de un partido radicalizado, como es el caso del proyecto de “autorregulación” de medios, propuesto por el Ministerio de Seguridad, que más bien constituye un paso a censuras e intimidaciones.

En los años de la dictadura de Martínez, los censores eran policías, como policías eran los que atropellaban a periodistas e intelectuales.