Latinoamérica y sus falsas independencias

Analistas bien intencionados han tenido siempre razón al advertir que las democracias en nuestros países acusan síntomas permanentes de anemia, pues padecemos una aguda y cíclica necesidad de redentores.

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23 August 2016

En un artículo del año 2004 titulado “Las nuevas venas abiertas de América Latina”, el periodista español Joaquín Estefanía expresaba su preocupación ante el escaso respaldo que la democracia parecía obtener entre los ciudadanos de esta parte del planeta, según datos proporcionados por un informe del PNUD publicado entonces. “Casi la mitad de la población entrevistada en 18 países”, apuntaba Estefanía, “prefiere el desarrollo económico a la democracia; y un porcentaje semejante apoyaría un gobierno autoritario si éste resolviera los problemas económicos de su país”.

Por supuesto, desde su condición de enemigo acérrimo del liberalismo, Joaquín Estefanía aprovechaba aquellas cifras para arremeter otra vez contra los “sospechosos de siempre” señalados por Eduardo Galeano en su famoso libro de 1971 —de allí la referencia en el encabezado de su artículo—, pero no advertía que la creciente desconfianza en los sistemas democráticos podía llevar a una escalada populista de la peor calaña entre los pueblos latinoamericanos.

Y tan lejos se hallaba Estefanía de ofrecer una perspectiva amplia de la situación, que apenas tres años más tarde, en otra columna suya aparecida en El País y pomposamente titulada “América Latina: segunda independencia”, saludaba los resultados del Latinobarómetro de 2007 como claras evidencias de que las bondades del mercado perdían terreno frente a “la demanda de más Estado”. Incluso, en un desdén a los axiomas de Ronald Reagan sobre los problemas que suele causar el protagonismo estatal, el observador ibérico se congratulaba de que “todos los países de la región” hubieran registrado “una expansión sostenida desde el año 2003”, atribuyendo esta prosperidad a las políticas socialistas que en ese momento parecían haber desplazado al libre mercado.

Pero lo que estaba ocurriendo no era precisamente lo que Estefanía creía, ni tampoco habría sido Galeano el intelecto más indicado para ayudarle a entenderlo. América Latina, en realidad, estaba dejándose arrastrar por la ola demagógica que hoy, a su retirada, tanta miseria y divisionismo social está heredando a nuestros pueblos. El chavismo y sus satélites no conducían a nadie a ninguna “segunda independencia”, sino que hacían la fiesta de la distribución del dinero ajeno, sacando además rendimientos (ideológicos y personales) de esa cuota de institucionalidad democrática que casi la mitad de los ciudadanos latinoamericanos, allá por 2004, estaban dispuestos a ceder al primer gorila autoritario que prometiera resolverles sus problemas.
   
Analistas bien intencionados han tenido siempre razón al advertir que las democracias en nuestros países acusan síntomas permanentes de anemia, pues padecemos una aguda y cíclica necesidad de redentores. Pero los recetarios izquierdistas que niegan al libre mercado bondades que le son evidentes, mientras atribuyen al Estado virtudes que nunca le han sido intrínsecas, en última instancia están contribuyendo a eternizar los grandes fiascos políticos de nuestro continente.

Intelectuales como Joaquín Estefanía entienden, claro está, que la institucionalidad requiere el respaldo de la gente. “La historia nos enseña”, escribió en su artículo de 2004, “que las democracias fueron derribadas por fuerzas políticas que contaban con el apoyo (o al menos la pasividad) de una parte importante, y en ocasiones mayoritaria, de la ciudadanía”. El desafío latinoamericano, por tanto, no es desplazar al libre mercado, sino lograr que los apoyos que hasta hoy han catapultado solo mesianismos, con los efectos conocidos, un día apuntalen instituciones democráticas. Entonces sí habrá razones para hablar de segundas independencias.
 

*Escritor y columnista 
de El Diario de Hoy.